Página 261 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Una carta de cumpleaños
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ceptible. Son hombres y mujeres del mundo. Han cultivado sus
tendencias mundanales hasta que sus facultades se han fortalecido
en ese sentido. Sin embargo, son tan débiles como niños en lo que
respecta a las cosas espirituales, cuando debieran ser fuertes e inteli-
gentes. No se deleitan en espaciarse en el misterio de la piedad. No
conocen el lenguaje del Cielo, y no educan sus mentes para poder
cantar los himnos del Cielo o deleitarse en los ejercicios espirituales
que allí recibirán la atención de todos.
Los que profesan creer en Cristo, los cristianos mundanales, no
están familiarizados con las cosas celestiales. Nunca serán llevados
a las puertas de la Nueva Jerusalén para participar en ejercicios que
hasta entonces no les interesaron especialmente. No prepararon sus
mentes para que se deleitasen en la devoción y en la meditación de
las cosas de Dios y del Cielo. ¿Cómo podrían, entonces, participar
en los servicios del Cielo? ¿Cuánto deleite hallarían en lo espiritual,
lo puro y lo santo del Cielo, cuando ello no fue su deleite especial
en la tierra? La atmósfera que allí reine será la pureza misma. Pero
esas personas no están familiarizadas con ella. Cuando estaban
en el mundo, siguiendo sus vocaciones mundanales, sabían lo que
debían hacer y cómo debían obrar. Gracias al constante ejercicio,
las facultades inferiores se desarrollaron, mientras que las potencias
superiores y más nobles del alma, debilitadas por la inactividad, se
tornaron incapaces de despertarse para los ejercicios espirituales.
Las cosas espirituales no se disciernen, porque son consideradas con
ojos que aman el mundo y no pueden estimar el valor y la gloria de
lo divino sobre lo temporal.
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La mente debe ser educada y disciplinada para amar la pureza.
El amor por las cosas espirituales debe ser alentado. Sí, debe ser
estimulado, si se quiere crecer en gracia y en el conocimiento de la
vedad. Desear lo bueno y la verdadera santidad es correcto en sí,
pero si te detienes allí, de nada te servirá. Los buenos propósitos
son loables, pero no tendrán valor a menos que se lleven resuelta-
mente a cabo. Muchos se perderán aunque esperaron y desearon ser
cristianos, pero no hicieron esfuerzos fervientes; por lo tanto, serán
pesados en la balanza y hallados faltos. La voluntad debe ejercerse
en la debida dirección diciendo: Quiero ser un cristiano consagrado.
Quiero conocer la longitud, la anchura, la altura y la profundidad
del amor perfecto. Escucha las palabras de Jesús: “Bienaventurados