Página 269 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

Basic HTML Version

El engaño de las riquezas
265
su amor y su misericordia tanto en medio de las nubes y las tinieblas
como a la luz del sol. A veces las nubes desaparecían, y rayos de luz
resplandecían sobre usted para fortalecer su desanimado corazón y
aumentar su vacilante confianza, y de nuevo ponía su temblorosa fe
en las seguras promesas de su Padre celestial. Entonces, sin querer
clamaba: “¡Oh, Dios! Creeré en ti; confiaré en ti. Hasta aquí has sido
mi ayudador, y no me vas a abandonar ahora”.
Cuando ganó la victoria, y de nuevo la luz resplandeció sobre
usted, no podía encontrar las palabras para expresar su sincera grati-
tud a su bondadoso Padre celestial; y pensó que nunca más dudaría
de su amor ni desconfiaría de su cuidado. No procuró la comodidad.
No consideró que el trabajo pesado fuera una carga con tal de que se
abriera el camino para que usted pudiera cuidar de sus hijos y prote-
gerlos de la iniquidad que prevalece en esta etapa de la historia del
mundo. La preocupación de su corazón era verlos volverse al Señor.
Suplicó delante del Señor con clamores y lágrimas.
Tanto
deseaba
su conversión. A veces su corazón se desanimaba y desmayaba, por
[248]
temor de que sus oraciones no fueran respondidas; pero de nuevo
consagraba a Dios sus hijos, y su fiel corazón los volvía a colocar
sobre el altar.
Cuando ingresaron al ejército, sus oraciones los siguieron. Fue-
ron maravillosamente preservados de todo daño. Ellos dijeron que
era buena suerte; pero las oraciones de una madre, procedentes de
un alma anhelante y preocupada, al darse cuenta del peligro que
corrían sus hijos de perecer en su juventud sin esperanza en Dios,
tuvieron mucho que ver en su preservación. ¡Cuántas oraciones fue-
ron registradas en el Cielo para que esos hijos fueran preservados
con el fin de obedecer a Dios y dedicar sus vidas a su gloria! En la
ansiedad que experimentaba por sus hijos, usted le rogaba a Dios
que se los trajera de vuelta, para procurar con más fervor conducirlos
por la senda de la santidad. Decidió que trabajaría más fielmente
que nunca.
El Señor permitió que usted fuera entrenada en la adversidad
y la aflicción para que pudiera obtener una experiencia que podría
ser valiosa para usted misma y para los demás. En los días de su
pobreza y de su prueba amaba al Señor y sus privilegios religiosos.
La cercanía del regreso de Cristo era su consuelo. Era su esperanza
viviente el hecho de encontrar pronto descanso para sus labores y