Página 270 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
fin para sus pruebas; cuando podría llegar a la conclusión de que
no había trabajado ni sufrido demasiado; porque el apóstol Pablo
declara: “Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un
cada vez más excelente y eterno peso de gloria”.
2 Corintios 4:17
.
Relacionarse con el pueblo de Dios le parecía casi como si
hubiera estado visitando el Cielo. Los obstáculos no la desanimaban.
Podía padecer cansancio y hambre por falta de alimento temporal,
pero no podía privarse del alimento espiritual. Buscó fervientemente
la gracia de Dios, y no lo hizo en vano. Su comunión con el pueblo
de Dios era la bendición más rica de que podía disfrutar.
Como resultado de su experiencia cristiana, usted aborrecía la
vanidad, el orgullo y la ostentación extravagante. Cuando observó
los gastos que hacían los profesos cristianos por pura ostentación
y para fomentar el orgullo, su corazón y sus labios dijeron: “¡Oh,
si yo hubiera dispuesto de los medios que se encuentran en las
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manos de estos mayordomos infieles, habría considerado uno de los
más grandes privilegios ayudar a los necesitados y colaborar en el
progreso de la causa de Dios!”
A menudo sentía la presencia de Dios al tratar de iluminar hu-
mildemente a los demás con respecto a la verdad para estos últimos
días. Había experimentado la verdad por sí misma. Sabía que lo que
había visto y oído y experimentado, y acerca de lo cual había dado
testimonio, no era ficción. Se deleitaba en presentar ante los demás,
en conversación privada, la forma maravillosa como Dios había con-
ducido a su pueblo. Se refería a su trato con tanta seguridad como
para convencer los corazones de los que la escuchaban. Hablaba
como si conociera las cosas que estaba afirmando. Cuando hablaba
con los demás con respecto a la verdad presente, anhelaba disponer
de oportunidades mayores y de una influencia más amplia, para dar a
conocer a muchos que moran en tinieblas la luz que había iluminado
su senda. A veces consideraba su pobreza, su influencia limitada, y
sus mejores esfuerzos -a menudo mal interpretados por los profesos
amigos de la causa de la verdad-, y se sentía casi desanimada.
A veces, mientras se hallaba confundida, se equivocaba en su
juicio, y no faltaban algunos que deberían haber poseído ese amor
que no piensa el mal, que observaban, sospechaban el mal, y trataban
de sacar el mayor partido posible de los errores que creían ver en
usted. Pero el amor y la tierna piedad de Jesús no se apartaban de