Página 271 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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El engaño de las riquezas
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usted; eran su apoyo en medio de las pruebas y persecuciones de su
vida. El reino de los cielos y la justicia de Cristo ocupaban el primer
lugar en usted. Su vida adolecía de imperfecciones, porque errar
es humano; pero de acuerdo con lo que el Señor ha tenido a bien
mostrarme con respecto al ambiente desanimador de los días de su
pobreza y su prueba, sé que nadie podría haber tenido una conducta
más libre de errores que usted, si se hubiera encontrado como usted
en medio de la pobreza y de pruebas dificilísimas. Es fácil para los
que evitan las pruebas por las que tienen que pasar otros, observar e
interrogarse, sospechar el mal y encontrar faltas. Algunos están más
dispuestos a censurar a los demás por proseguir una cierta conducta,
que a asumir la responsabilidad de decir lo que se debería hacer o
señalar un camino más correcto.
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Usted se confundió. No sabía en quién confiar. Había sólo unos
pocos observadores del sábado en _____ y sus alrededores, capaces
de ejercer una influencia salvadora. Algunos que profesaban la fe
no eran motivo de honra para la causa de la verdad presente. No
reunían con Cristo; por lo contrario, esparcían. Podían hablar en
voz alta y por mucho tiempo, pero sus corazones no estaban en la
obra. No habían sido santificados por la verdad que profesaban creer.
Estos, al no tener raíces, abandonaron la fe. Si lo hubieran hecho
antes, habría sido mejor para la causa de la verdad. Por causa de
estas cosas, Satanás se aprovechó de usted, y preparó el camino para
su apostasía.
Mi atención fue dirigida a sus deseos de poseer recursos. El
sentimiento de su corazón era: “¡Oh, si tan sólo tuviese medios,
no los despilfarraría! Daría un ejemplo a los avaros y mezquinos.
Les mostraría la gran bendición que se recibe al hacer bien”. Su
alma aborrecía la codicia. Al ver que quienes poseían abundantes
riquezas cerraban su corazón al clamor de los menesterosos, usted
decía: “Dios los visitará y los recompensará según sus obras”. Y
cuando veía a los ricos enorgullecidos, que rodeaban su corazón
de egoísmo, como con ligaduras de hierro, comprendía que ellos
eran más pobres que usted misma, aun cuando pasaba necesidades
y sufrimientos. Cuando veía que estos hombres, orgullosos de sus
riquezas, obraban con altanería, porque el dinero tiene poder, se
compadecía de ellos y nada la habría inducido a cambiar de lugar