Página 272 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

Basic HTML Version

268
Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
con ellos. Sin embargo, usted deseaba recursos a fin de usarlos de
una manera que reprendiese a los codiciosos.
Dios dijo al ángel que la había atendido hasta entonces: “La he
probado en la pobreza y la aflicción, y ella no se ha separado de mí
ni se ha rebelado contra mí. Ahora la probaré con la prosperidad.
Le revelaré un aspecto del corazón humano con el cual ella no
está familiarizada. Le mostraré que el dinero es el enemigo más
peligroso que haya encontrado. Le revelaré el engaño de las riquezas;
le demostraré que son una trampa, aun para aquellos que se sienten
seguros contra el egoísmo, contra la exaltación, la extravagancia, el
orgullo y el amor a las alabanzas humanas.
Me fue mostrado que ante usted se abrió el camino para que
mejorasen sus condiciones de vida, y pudiese al fin obtener los
[251]
recursos que pensaba usar con sabiduría para gloria de Dios. ¡Cuán
ansiosamente miraba su ángel ministrador esa nueva prueba, para
ver cómo la resistiría! Cuando llegaron los recursos a sus manos, vi
cómo, gradual y casi imperceptiblemente, usted se separaba de Dios.
Gastaba para su propia conveniencia los recursos que se le habían
confiado, y se rodeaba de las comodidades de esta vida. Vi que
los ángeles la miraban con anhelante tristeza, con el rostro medio
desviado, pesarosos de abandonarla. Sin embargo, usted no advertía
la presencia de ellos, y seguía su conducta sin acordarse de su ángel
guardián.
Los negocios y los cuidados de su nueva situación reclamaban
su tiempo y su atención, de modo que no consideró su deber hacia
Dios. Jesús la había adquirido por su propia sangre; no era su propia
dueña. Su tiempo, sus fuerzas y los medios de que disponía, todo le
pertenecía a su Redentor. Había sido su Amigo constante, su fuerza
y su sostén cuando los otros amigos habían sido como caña cascada.
Retribuyó el amor y la generosidad de Dios con ingratitud y olvido.
Su única seguridad consistía en confiar sin reservas en Cristo,
su Salvador. No había seguridad para usted fuera de la cruz. ¡Cuán
débil parecía la fortaleza humana en esas circunstancias! ¡Oh, cuán
evidente era que no existe verdadera fortaleza fuera de la que Dios
imparte a los que confían en él! Una petición ofrecida a Dios con fe
tiene más poder que toda la riqueza del intelecto humano.
En medio de la prosperidad, usted no llevó a cabo las resolu-
ciones que había hecho en la adversidad. El engaño de las riquezas