Página 274 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
La concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida los dominaban,
y en cierta medida ejercieron influencia sobre usted también. Ha
tratado con más interés de agradar y complacer a sus hijos que de
agradar y glorificar a Dios. Se olvidó de los derechos que Dios tiene
sobre usted y de las necesidades de su causa. El egoísmo la indujo a
gastar dinero en adornos para su satisfacción y la de sus hijos. No
pensó que ese dinero no era suyo; que sólo le había sido prestado
para probarla, para ver si iba a evitar los males que había notado en
los demás. Dios hizo de usted su mayordoma, y cuando él venga
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para ajustar cuentas con sus siervos, ¿qué cuenta va a rendir usted
de su mayordomía?
Su fe y sencilla confianza en Dios empezaron a desvanecerse tan
pronto como los recursos comenzaron a afluir. No se apartó usted
de Dios en seguida. Su apostasía fue gradual. Renunció a los cultos
matutino y vespertino porque no eran siempre convenientes. Su nue-
ra le planteaba problemas difíciles y penosos, que tuvieron mucho
que ver para disuadirla de continuar observando las devociones fa-
miliares. En su casa ya no se oraba. Sus negocios se convirtieron en
el asunto primordial, y el Señor y su verdad quedaron relegados a
segundo término. Recuerde los días del comienzo de su experiencia;
¿la habrían apartado esas pruebas entonces de la oración en familia?
Por este descuido de la oración de viva voz, usted dejó de ejercer
una influencia que debió conservar. Era su deber reconocer a Dios
en su familia, sin tener en cuenta las consecuencias. Debiera haber
presentado sus peticiones ante Dios mañana y noche. Usted debiera
haber sido como un sacerdote en la casa, y debiera haber confesado
sus pecados y los de sus hijos. Si hubiese sido fiel, Dios, que había
sido su guía, no la habría abandonado a su propia sabiduría.
En su casa se gastaban recursos inútilmente por pura ostentación.
Usted se había afligido hondamente al ver este pecado en otros.
Mientras usaba así sus recursos, estaba robando a Dios. Entonces
el Señor dijo: “Yo dispersaré. Por un tiempo le permitiré andar en
el camino que ha elegido; cegaré su juicio y le quitaré la sabiduría.
Le mostraré que su fuerza es debilidad, y su sabiduría insensatez.
La humillaré y le abriré sus ojos para que vea cuánto se ha apartado
de mí. Si no quiere volverse a mí de todo corazón, y reconocerme
en todos sus caminos, mi mano dispersará, y el orgullo de la madre
y de los hijos será abatido y la pobreza volverá a ser su suerte. Mi