Página 275 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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El engaño de las riquezas
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nombre será ensalzado. La soberbia del hombre será abatida, y su
orgullo, humillado”.
Lo que he escrito anteriormente se me dio el 25 de diciembre
de 1865 en la ciudad de Róchester, Nueva York. En junio pasado se
me mostró que el Señor la estaba tratando con amor, y que la estaba
invitando a volver a él para que pudiera vivir. Se me mostró que
por años usted ha tenido la impresión de encontrarse en condición
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de apóstata. Si se hubiera consagrado a Dios podría haber hecho
una obra grande y buena al permitir que su luz resplandeciera sobre
los demás. A cada cual se le da una obra que hacer por el Maestro.
A cada uno de sus siervos les confía dones y talentos especiales.
“A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno
conforme a su capacidad”.
Mateo 25:15
. Cada siervo tiene un co-
metido por el cual es responsable; y los diversos cometidos están en
relación con las distintas capacidades. Al otorgar, sus talentos, Dios
no ha obrado con parcialidad. Ha repartido los talentos de acuerdo
con las posibilidades conocidas de sus siervos, y espera los réditos
correspondientes.
En la primera parte de su vida, el Señor le impartió los talentos
de la influencia, pero no le dio recursos, y por lo tanto, no esperaba
que usted, en su pobreza, impartiese lo que no tenía. Como la viuda,
usted dio lo que podía, aunque si hubiese considerado sus circuns-
tancias, se habría sentido eximida de hacer tanto como hizo. En su
enfermedad, Dios no le pedía que le dedicase la energía activa que
la enfermedad le había quitado. Aunque se veía restringida en su
influencia y sus recursos, Dios aceptaba sus esfuerzos para hacer
bien y contribuir al progreso de su causa según lo que poseía, y no
según lo que no tenía. El Señor no desprecia la ofrenda más humilde
hecha voluntaria y sinceramente.
Usted posee un temperamento fogoso. El fervor por una causa
buena es digno de alabanza. En sus anteriores pruebas y perple-
jidades obtuvo una experiencia que había de reportar ventajas a
otros. Era celosa en el servicio de Dios. Se deleitaba en presentar las
evidencias de nuestra fe a los que no creían en la verdad presente.
Podía hablar con seguridad; porque estas cosas eran una realidad
para usted. La verdad era parte de su ser; los que escuchaban sus
fervientes llamados no podían dudar de su sinceridad, y quedaban
convencidos de que las cosas eran así.