Página 286 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
tado para las cosas espirituales; tiene una conciencia violada. Su
influencia no se ejerce para juntar, sino para esparcir. No tiene un
interés especial en las actividades religiosas. No es feliz. Su esposa
uniría su interés con el del pueblo de Dios si usted se apartara de
su camino. Necesita su ayuda. ¿No quisieran emprender esta tarea
juntos?
En junio pasado vi que su única esperanza de quebrantar las
cadenas de su esclavitud consistía en apartarse de sus relaciones.
Ha cedido tanto a las tentaciones de Satanás que ha llegado a ser
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un hombre débil. Era un amante de los placeres más que de Dios,
y estaba avanzando con rapidez por la senda descendente. Me he
sentido desilusionada al verificar que usted se encontraba en el mis-
mo estado de indiferencia que ha mantenido por años. Ha conocido
y ha experimentado el amor de Dios y ha sido su delicia cumplir
su voluntad. Se ha deleitado en el estudio de la Palabra del Señor.
Ha sido puntual para asistir a la reunión de oración. Su testimonio
ha procedido de un corazón que sentía la influencia vivificante del
amor de Cristo. Pero ha perdido su primer amor.
Dios lo invita ahora a arrepentirse y a ser celoso en la obra. La
conducta que siga ahora determinará su felicidad eterna. ¿Puede re-
chazar la misericordiosa invitación que ahora se le extiende? ¿Puede
elegir su propio camino? ¿Puede albergar orgullo y vanidad, y perder
su alma finalmente? La Palabra de Dios nos dice con claridad que
pocos se salvarán, y que la mayor parte, incluso los llamados, serán
indignos de la vida eterna. No tendrán parte en el Cielo, sino que su
porción será con Satanás, y experimentarán la segunda muerte.
Los hombres y mujeres pueden escapar de esta condenación, si
lo quieren. Es verdad que Satanás es el gran originador del pecado;
pero esto no excusa los pecados de nadie; porque él no puede obligar
a los seres humanos a hacer el mal. Los tienta a hacerlo, y presenta
el pecado como algo atractivo y agradable; pero tiene que dejar que
ellos decidan si lo van a cometer o no. No obliga a los hombres
a embriagarse, ni los obliga tampoco a no asistir a las reuniones
religiosas; presenta sus tentaciones de manera que induce a hacer el
mal, pero el hombre es un ser moralmente libre, que puede aceptar
o rechazar sus insinuaciones.
La conversión es una obra que la mayoría no aprecia. No es cosa
de poca monta transformar una mente terrenal que ama al pecado, e