Página 315 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Un oyente olvidadizo
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para que sean borradas sus transgresiones. No se daba cuenta de que
sus caminos eran tan pecaminosos a la vista de Dios. Por eso mismo
no se ha producido en su alma la obra de reforma.
Se ha revestido de un manto de justicia propia para cubrir la
deformidad del pecado, pero éste no es el remedio. No sabe lo que
es la verdadera conversión. El hombre viejo no ha muerto en usted.
Tiene una forma de piedad, pero no ha experimentado el poder
purificador de Dios. Puede hablar y escribir en forma suave, y lo
hace, y en lo que se refiere a las palabras que usted emplea, en sí
mismas, posiblemente sean correctas, pero el verdadero idioma del
corazón no se manifiesta. Se conoce lo suficientemente a sí mismo
como para saber esto. Su caso es peligroso; pero Dios se compadece
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de usted y lo salvará si cae quebrantado a sus pies, consciente de su
impureza y su vileza, de la podredumbre de su alma, que ha carecido
del poder transformador de Dios.
Mi hermano: no quiero desanimarlo, sino inducirlo a investigar
sus motivos y sus actos a la luz de la eternidad. Libérese de la
trampa de Satanás. Le ruego que no induzca a nadie a tener de usted
un concepto más elevado del que corresponde, porque cuando este
engaño quede en evidencia, y su verdadero yo aparezca tal como es,
se producirá una reacción. Usted experimenta las convicciones del
Espíritu de Dios, y siente la fuerza de la verdad cuando la escucha;
pero esas impresiones sagradas y suavizantes se disipan, y luego se
convierte en un oyente olvidadizo. No está fundado, ni fortalecido
ni afirmado en la verdad. Le ha parecido que adoptar la verdad era
lo mejor para sus intereses, pero no ha experimentado su influencia
santificadora. Queremos rogarle ahora que no se engañe: Dios no
puede ser burlado. No es demasiado tarde todavía para que llegue a
ser cristiano; pero no obre por impulso. Pese bien cada decisión, y
no engañe su propia alma.
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