El deber hacia los huérfanos
Queridos Hnos. D,
La última visita de ustedes y la conversación subsiguiente me
han sugerido muchos pensamientos, algunos de los cuales no puedo
evitar de transcribir. Siento mucho que E no se haya portado siem-
pre correctamente; pero, si se lo analiza bien, no se puede esperar
perfección en un muchacho de su edad. Los niños tienen defectos, y
necesitan una gran dosis de paciente instrucción.
El hecho de que tenga sentimientos que no siempre son correctos,
no es más de lo que se puede esperar de un muchacho de su edad.
Recuerden que no tiene padre ni madre, ni nadie a quien confiar
sus sentimientos, penas y tentaciones. Toda persona cree que puede
contar con alguien que simpatice con ella. Este muchachito ha sido
llevado de aquí para allá, de un lado al otro, y puede tener muchos
errores, modales descuidados, muchísima independencia, y puede
carecer de reverencia. Pero es bastante emprendedor, y con instruc-
ción adecuada y un tratamiento amable, tengo la plena confianza de
que no va a defraudar nuestras esperanzas, y que por lo contrario
va a pagar plenamente todo el trabajo que se haya invertido en él.
Si tomamos en cuenta sus desventajas, creo que es un chico muy
bueno.
Cuando les rogamos que lo recibieran, lo hicimos porque creía-
mos que era el deber de ustedes, y porque al hacerlo recibirían una
bendición. No esperábamos que solamente ustedes se beneficiaran
con la ayuda que les prestara el muchacho, sino que lo beneficiaran
a él al cumplir un deber hacia un huérfano, deber que todo verdadero
cristiano debería cumplir, y que debería llevar a cabo anhelosamente;
un deber que implica sacrificio, que creímos les haría bien asumir, si
lo hacían alegremente, con la mira de ser instrumentos en las manos
de Dios para salvar un alma de las trampas de Satanás, de salvar a
un hijo cuyo padre dedicó su preciosa vida a señalar a las almas el
[295]
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
316