Página 321 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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El deber hacia los huérfanos
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Por lo que se me mostró, los adventistas observadores del sábado
tienen una noción muy débil de cuán grande es el lugar que el
mundo y el egoísmo tienen en sus corazones. Si ustedes tienen el
deseo de hacer el bien y de glorificar a Dios, pueden hacerlo de
muchas maneras. Pero no han creído que esto sea el resultado de la
verdadera religión. Este es el fruto que dará todo árbol bueno. No
creyeron que se requería de ustedes que se interesaran en los demás,
que consideraran sus casos como propios, y que manifestaran un
interés abnegado precisamente en los que se encuentran con más
necesidad de ayuda. No han salido a buscar al más necesitado,
al más desamparado. Si tuvieran hijos propios a quienes podrían
brindar cuidados, afecto y amor, no estarían tan ensimismados en
sus propios intereses. Si los que no tienen hijos, a quienes Dios ha
hecho mayordomos de medios económicos, quisieran extender sus
corazones para cuidar de los niños que necesitan amor, cuidado y
afecto, y que se les supla de los bienes de este mundo, serían mucho
más felices que ahora. Mientras haya niños que no cuenten con el
cuidado piadoso de un padre, ni con el tierno amor de una madre, y
que estén expuestos a las influencias corruptas de estos últimos días,
es deber de alguien ocupar el lugar del padre y la madre para algunos
de ellos. Aprendan a darles amor, afecto y simpatía. Todos los que
profesan tener un Padre en los cielos, que esperan les prodigue
cuidados, y que finalmente se los lleve al hogar que les ha ido a
preparar, deberían sentir la solemne obligación de hacerse amigos de
los que no tienen amigos, de ser padres de los huérfanos, de ayudar
a las viudas, y de ser de alguna utilidad práctica en este mundo al
beneficiar a algunos seres humanos. Muchos no han considerado este
asunto en su verdadera perspectiva. Si viven sólo para sí mismos, no
dispondrán de la fuerza suficiente que esto requiere.
Los jóvenes que se están desarrollando entre nosotros no reciben
el cuidado que deberían recibir. Algunos de los hermanos deberían
asumir ciertos deberes que no están dispuestos a considerar ni a
llevar a cabo. El temor a la incomodidad es suficiente excusa pa-
ra muchos. El día de Dios pondrá de manifiesto muchos deberes
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no cumplidos: almas perdidas porque los egoístas no estuvieron
dispuestos a interesarse en ellos y a trabajar en su favor.
Se me mostró que si los profesos cristianos cultivaran más afecto
y consideración en la atención de los demás, su recompensa se cua-