Página 324 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
no hubo corazones suficientemente generosos como para recibir-
la. No acuso a nadie. No soy juez. Pero cuando el Juez de toda la
tierra haga la investigación pertinente, alguien va a aparecer como
culpable. Todos nos hemos empequeñecido y consumido en nuestro
propio egoísmo. Quiera Dios rasgar este maldito manto con que
nos cubrimos, para darnos entrañas de misericordia, corazones de
carne, ternura y compasión; ésta es mi oración, que brota de un alma
oprimida y angustiada. Estoy segura de que se debe hacer una obra
en favor de nosotros; de lo contrario, seremos hallados faltos en el
día de Dios.
Con respecto a E, les ruego que no se olviden que es sólo un niño,
y que tiene la experiencia de un niño. No midan a ese pobre y débil
niño comparándolo con ustedes mismos para esperar un rendimiento
proporcional al de ustedes. Creo plenamente que están en condi-
ciones de hacer lo correcto en favor de este huérfano. Preséntenle
incentivos para que no crea que su tarea es triste, desprovista de
todo vestigio de ánimo. Ustedes, mi hermano y mi hermana, pueden
disfrutar de sus mutuas confidencias, pueden simpatizar el uno con
el otro, pueden interesarse y entretenerse, y compartir sus pruebas y
preocupaciones. Ustedes tienen algo de qué estar contentos, mientras
él está solo. Es un muchacho que piensa, pero no tiene en quién con-
fiar, ni nadie que le dé una palabra de ánimo en medio del desaliento
y de las duras pruebas que yo sé que tiene como cualquier persona
mayor.
Si ustedes se encierran en sí mismos, su amor es egoísta, y no
puede contar con la bendición del Cielo. Tengo la firme esperanza de
que ustedes van a amar a ese huérfano por causa de Cristo; que se van
a dar cuenta de que sus posesiones carecerán de valor a menos que
las empleen para hacer el bien. Hagan el bien; sean ricos en buenas
obras, listos para distribuir, dispuestos a comunicar, acumulando
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para ustedes un buen fundamento para el porvenir, de modo que
puedan echar mano de la vida eterna. Nadie obtendrá la recompensa
de la vida eterna sino sólo los abnegados. Un padre y una madre
moribundos dejaron sus joyas al cuidado de la iglesia, para que los
instruyeran en las cosas de Dios, y los prepararan para el Cielo.
Cuando esos padres busquen a sus seres queridos, y verifiquen que
uno falta por causa de nuestra negligencia, ¿qué podrá contestar