Página 326 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Un llamado a los ministros
2 de octubre de 1868. En esa fecha se me mostró la obra grande
y solemne que tenemos delante de nosotros al advertir al mundo del
juicio venidero. Nuestro ejemplo, si está de acuerdo con la verdad
que profesamos, salvará a unos pocos, y condenará a muchos al
dejarlos sin excusa en el día cuando se decidan los casos de todos.
Los justos estarán preparados para la vida eterna, y los pecadores,
que no quisieron conocer ni la voluntad ni los caminos de Dios,
estarán destinados a la destrucción.
No todos los que predican la verdad a los demás están santi-
ficados por ella. Algunos tienen conceptos muy vagos acerca del
carácter sagrado de la obra. Dejan de confiar en Dios y de hacer toda
su obra en él. Lo más íntimo de sus almas no ha sido convertido.
No han experimentado en su vida diaria el misterio de la piedad.
Se están refiriendo a verdades inmortales, con tanto peso como la
eternidad, pero no son ni cuidadosos ni fervientes para permitir que
esas verdades hagan incursiones en sus almas, de manera que lle-
guen a formar parte de ellos mismos, y ejerzan influencia sobre todo
lo que hacen. No se han casado, por así decirlo, con los principios
que implican estas verdades, de manera que sea imposible separar
cualquier parte de la verdad de ellos mismos.
Sólo es aceptable delante de Dios la santificación del corazón y
la vida. El ángel, señalando a los ministros que no andan bien, dijo
lo siguiente: “Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble
ánimo, purificad vuestros corazones”.
Santiago 4:8
. “Purificaos los
que lleváis los utensilios (vasos) de Jehová”.
Isaías 52:11
. Dios pide
integridad de alma; pide que la verdad penetre en lo más íntimo, para
transformar el ser entero mediante la renovación del entendimiento
gracias a la influencia del Espíritu divino. No todos los ministros
están dedicados a la obra; no todos ponen el corazón en ella. Avanzan
con tanta lentitud como si dispusieran de un milenio para trabajar por
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las almas. Evitan cargas y responsabilidades, cuidados y privaciones.
La abnegación, los sufrimientos y el cansancio no son ni agradables
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