Página 329 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Un llamado a los ministros
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y las mujeres de su sopor de muerte. Deben poner de manifiesto
mediante sus modales, actos y palabras, y mediante su predicación
y su oración, que creen que Cristo está a las puertas. Los hombres y
las mujeres están viviendo en las últimas horas del tiempo de prueba,
no obstante lo cual son descuidados e insensatos, y los ministros
no tienen poder para despertarlos; porque ellos también están dur-
miendo. ¡Predicadores dormidos que le predican a congregaciones
dormidas!
Se debe hacer una gran obra en favor de los ministros para
que la predicación de la verdad sea un éxito. La Palabra de Dios
debería ser estudiada cabalmente. Toda otra lectura es inferior a
ésta. Un estudio cuidadoso de la Biblia no debería excluir toda otra
lectura de naturaleza religiosa; pero si la Palabra de Dios se estudia
con oración, toda lectura que tienda a apartar la mente de ella será
excluida. Si estudiamos la Palabra de Dios con interés, y oramos
para comprenderla, descubriremos nuevas bellezas en cada línea.
Dios revelará preciosas verdades con tanta claridad, que la mente
obtendrá de ella verdadero placer, y gozará de una fiesta permanente
a medida que se van desarrollando sus sublimes verdades.
Las visitas de casa en casa constituyen una parte importante de
las labores del ministro. Debería tratar de conversar con todos los
miembros de la familia, ya sea que profesen la verdad o no. Es deber
suyo afirmar la espiritualidad de todos; y debería vivir tan cerca
de Dios que pueda aconsejar, exhortar y reprender con cuidado y
sabiduría. Debería tener la gracia de Dios en su propio corazón, y la
gloria de Dios constantemente en vista. Toda liviandad y trivialidad
está definidamente prohibida en la Palabra de Dios. Su conversación
debería referirse al Cielo; sus palabras deberían estar sazonadas
con gracia. Toda adulación debería ser puesta de lado; porque la
obra de Satanás consiste en adular. Los hombres, pobres, débiles
y caídos, generalmente tienen un concepto bastante elevado de sí
mismos, y no necesitan que se les ayude en ese sentido. Adular a
los ministros está fuera de lugar. Pervierte la mente, y no conduce
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a la mansedumbre y la humildad; pero a los hombres y las mujeres
les gusta que los alaben, y con demasiada frecuencia a los ministros
también. Su vanidad resulta complacida; pero esto, para muchos, ha
sido una maldición. La reprensión debería ser más apreciada que la
adulación.