Página 331 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Un llamado a los ministros
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de la obra, que todo el bien que podrían haber hecho los esfuerzos
de esos otros obreros. Los tales no son obreros provechosos. Pero
tendrán que llevar esta responsabilidad ellos mismos.
A menudo ocurre que los pastores se sienten inclinados a visitar
casi únicamente las iglesias, dedicando su tiempo y sus fuerzas a
una tarea que no hará ningún bien. Frecuentemente las iglesias les
llevan ventaja a los ministros que trabajan entre ellas, y prosperarían
más si esos pastores se hicieran a un lado y les dieran la oportunidad
de trabajar. Los esfuerzos de estos ministros para edificar las iglesias
lo único que logran es derribarlas. La teoría de la verdad se presenta
una y otra vez, pero no acompañada del poder vitalizador de Dios.
Manifiestan una negligente indiferencia; esta actitud es contagiosa,
y las iglesias pierden el interés y la preocupación por la salvación de
los demás. De ese modo, mediante su predicación y su ejemplo, los
pastores adormecen a la gente en una seguridad carnal. Si dejaran
las iglesias, y fueran a nuevos campos, y trabajaran para levantar
otras iglesias, descubrirían cuáles son sus habilidades, y cuánto cues-
ta atraer a las almas para que se decidan por la verdad. Entonces
comprenderían cuán cuidadosos deberían haber sido para que su
ejemplo y su influencia nunca desanimaran ni debilitaran a aquellos
que habían requerido mucho trabajo arduo, con oración, para con-
vertirlos a la verdad. “Cada uno someta a prueba su propia obra, y
entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no
en otro”.
Gálatas 6:4
.
Las iglesias dan de sus medios económicos para sostener a los
ministros en su obra. ¿Qué tienen ellos para animarlas a ser genero-
sas? Algunos ministros trabajan mes tras mes, y logran tan poco que
las iglesias se desaniman; no pueden ver que se haya hecho algo para
convertir a las almas a la verdad, ni para que los miembros de iglesia
sean más fervientes en su amor a Dios y a la verdad. Los que están
manejando cosas sagradas deberían estar plenamente consagrados a
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la obra. Deberían manifestar por ella un interés desprovisto de egoís-
mo, y un ferviente amor por las almas que perecen. Si no poseen
esto, se han equivocado de misión, y deberían dejar de enseñar a
los demás; porque hacen más daño que el bien que podrían hacer.
Algunos ministros se lucen a sí mismos, pero no alimentan al rebaño
que perece por falta de alimento servido a su tiempo.