Página 347 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La temperancia cristiana
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gáis. Y todo aquel que lucha, de todo se abstiene: y ellos, a la verdad,
para recibir una corona corruptible; mas nosotros, incorruptible. Así
que, yo de esta manera corro, no como a cosa incierta; de esta manera
peleo, no como quien hiere el aire: antes hiero mi cuerpo, y lo pongo
en servidumbre: no sea que, habiendo predicado a otros, yo mismo
venga a ser reprobado”.
1 Corintios 9:24-27
. Los que participaban
en la carrera a fin de obtener el laurel que era considerado un honor
especial, eran templados en todas las cosas, para que sus músculos,
su cerebro y todos sus órganos estuviesen en la mejor condición
posible para la carrera. Si no hubiesen sido templados en todas las
cosas, no habrían adquirido la elasticidad que les era posible obtener
de esa manera. Si eran templados, podían correr esa carrera con más
posibilidad de éxito; estaban más seguros de recibir la corona.
Pero, no obstante toda su templanza -todos sus esfuerzos por suje-
tarse a un régimen cuidadoso a fin de hallarse en la mejor condición-,
los que corrían la carrera terrenal estaban expuestos al azar. Podían
hacer lo mejor posible, y sin embargo no recibir distinción hono-
rífica; porque otro podía adelantárseles un poco y arrebatarles el
premio. Uno solo recibía el galardón. Pero en la carrera celestial,
todos podemos correr, y recibir el premio. No hay incertidumbre ni
riesgo en el asunto. Debemos revestirnos de las gracias celestiales y
con los ojos dirigidos hacia arriba, a la corona de la inmortalidad,
tener siempre presente el Modelo. Fue Varón de dolores, experimen-
tado en quebranto. Debemos tener constantemente presente la vida
de humildad y abnegación de nuestro divino Señor. Y a medida que
procuramos imitarlo, manteniendo los ojos fijos en el premio, pode-
mos correr esa carrera con certidumbre, sabiendo que si hacemos lo
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mejor que podamos, lo alcanzaremos con seguridad.
Los hombres estaban dispuestos a someterse a la abnegación
y a la disciplina para correr y obtener una corona corruptible, que
iba a perecer en un día, y que era solamente un distintivo honroso
de parte de los mortales. Pero nosotros hemos de correr la carrera
que brinda la corona de inmortalidad y la vida eterna. Sí, un incon-
mensurable y eterno peso de gloria nos será otorgado como premio
cuando hayamos terminado la carrera. “Nosotros -dice el apóstol-
una incorruptible”. Y si los que se empeñaban en una carrera terrenal
para recibir una corona temporal podían ser templados en todas las
cosas, ¿no podemos serlo nosotros, que tenemos en vista una corona