Página 350 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
cosas podrían haber sido diferentes. Pero habéis sido conmovidos
sólo en parte por la iniquidad y la corrupción de vuestros hogares.
Sólo habéis entreabierto los ojos y luego os habéis acomodado
para seguir durmiendo. ¿Creéis que los ángeles pueden entrar en
vuestras casas? ¿Creéis que vuestros hijos pueden ser alcanzados
por influencias santas en estas circunstancias? Puedo ver que una
familia tras otra han caído casi completamente bajo el control de
Satanás. Sé que estas cosas son verdaderas, y quiero que la gente
se despierte antes de que sea demasiado tarde, y la sangre de las
almas, aun la sangre de las almas de sus propios hijos, manche sus
vestiduras.
Las mentes de algunos de estos niños están tan debilitadas que
su intelecto es sólo la mitad o un tercio de lo brillante que podría
haber sido si hubieran sido virtuosos y puros. Las han derrochado
como consecuencia de la masturbación. Aquí mismo en esta iglesia,
la corrupción rebosa por todos lados. De vez en cuando hay un canto,
o alguna reunión con fines de placer. Cada vez que escucho estas
cosas, deseo vestirme de silicio. “¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas,
y mis ojos fuente de lágrimas!” “Perdona a tu pueblo, oh Señor”.
Me siento angustiada. El sufrimiento de mi alma es indescriptible.
Vosotros estáis dormidos. ¿Los relámpagos y los truenos del Sinaí
lograrían conmover a esta iglesia? ¿Os inducirían a vosotros, padres
y madres, a comenzar la obra de reforma en vuestros propios hoga-
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res? Debierais enseñar a vuestros hijos. Debierais instruirlos acerca
de cómo rehuir los vicios y las corrupciones de esta era. En lugar
de hacer esto, muchos estáis ocupados en cómo proveer algo bueno
para comer. Colocáis en vuestras mesas manteca, huevos y carne, y
vuestros hijos se sirven de ellos. Los alimentáis precisamente con lo
que excita sus pasiones animales, y luego os reunís y pedís a Dios
que bendiga y salve a vuestros hijos. ¿Cuán alto llegan vuestras
oraciones? Tenéis una obra que hacer primero. Cuando hayáis hecho
por vuestro hijos todo lo que Dios os ha dejado para hacer, enton-
ces podréis reclamar con confianza la ayuda especial que Dios ha
prometido daros.
Debierais considerar la temperancia en todas las cosas. Debéis
considerarla en lo que coméis y en lo que bebéis. Y sin embargo
decís: “A nadie le importa lo que como, o lo que bebo, o lo que
coloco sobre mi mesa”. Siempre le importa a alguien, a menos que