Página 352 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
Muchos de vosotros a veces habéis sentido una especie de sopor
en el cerebro. Os habéis sentido desganados ante cualquier trabajo
que requería esfuerzo ya sea mental o físico, hasta después de ha-
ber descansado de esta sobrecarga impuesta al organismo. Luego
aparece de nuevo esa sensación de debilidad. Pero vosotros decís
que se necesita mas comida y hacéis que el estómago soporte una
doble carga. Aun cuando seáis estrictos en cuanto a la calidad de
la comida, ¿glorificáis a Dios en vuestros cuerpos y espíritus, que
son suyos, al serviros tal cantidad de comida? Los que colocan tanta
comida en su estómago, y de ese modo recargan a la naturaleza, no
podrían apreciar la verdad aunque la oyeran explicada en detalle.
No podrían despertar el entumecido discernimiento del cerebro para
tomar conciencia del valor de la expiación y del gran sacrificio hecho
por el hombre caído. Es imposible para tales personas apreciar la
grande, preciosa, y sumamente rica recompensa que está reservada
para los fieles vencedores. Nunca debiera permitirse que la parte
animal de nuestra naturaleza gobierne a la parte moral e intelectual.
¿Y cómo influye el comer en exceso sobre el estómago? Lo
debilita, los órganos digestivos flaquean, y la enfermedad, con su
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secuela de males, aparece como resultado. Si las personas ya estaban
enfermas, de este modo aumentan sus dificultades y disminuyen
su vitalidad cada día de su vida. Hacen que sus poderes vitales
trabajen innecesariamente para digerir la comida que colocan en sus
estómagos. ¡Qué terrible es estar en estas condiciones! Sabemos
algo acerca de la dispepsia por la experiencia propia. La tuvimos
en nuestra familia, y consideramos que es una enfermedad a la que
debe temerse. Cuando alguien llega a ser definidamente dispéptico,
sufre mucho, mental y físicamente; y sus amigos necesariamente
sufren también a menos que sean tan insensibles como animales.
¿Y seguiréis insistiendo en que “a nadie le importa lo que como o
qué conducta sigo”? Simplemente haced algo que los irrite de algún
modo. ¡Qué fácil les resulta irritarse! Se sienten mal y les parece
que sus hijos son muy malos. No pueden hablarles con calma, ni
actuar con calma en sus hogares a menos que reciban una porción
especial de gracia. Todos los que los rodean son afectados por la
enfermedad que los aqueja; todos tienen que sufrir las consecuencias
de su dolencia. Proyectan una sombra oscura. Entonces, ¿no afectan
a otros vuestros hábitos en el comer o el beber? Por cierto que sí.