Página 357 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La temperancia cristiana
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antes de saber cocinar, cuando esto debiera ser considerado de pri-
mera importancia. He aquí una mujer que no sabía cocinar; no había
aprendido cómo preparar comida saludable. La esposa y madre era
deficiente en este aspecto de su educación; y como resultado, puesto
que el alimento mal preparado era incapaz de satisfacer las deman-
das del cuerpo, se comía azúcar sin moderación, lo que enfermaba
el organismo. Este hombre sacrificó su vida innecesariamente por
causa de una alimentación deficiente. Cuando fui a ver a este hombre
enfermo traté de explicarle del mejor modo posible cómo mejorar
su situación y pronto comenzó a sentirse mejor. Pero imprudente-
mente se esforzó más allá de sus posibilidades, comió alimentos
en poca cantidad y de baja calidad, y se enfermó nuevamente. Esta
vez no hubo remedio. Su organismo parecía una masa viviente de
corrupción. Murió víctima de una alimentación deficiente. Trató de
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que el azúcar ocupara el lugar de la buena alimentación, y esto sólo
empeoró las cosas.
Con frecuencia me siento a las mesas de los hermanos y veo que
usan grandes cantidades de leche y azúcar. Estas recargan el orga-
nismo, irritan los órganos digestivos y afectan el cerebro. Cualquier
cosa que estorba el movimiento activo del organismo, afecta muy
directamente al cerebro. Y por la luz que me ha sido dada, sé que el
azúcar, cuando se usa copiosamente, es más perjudicial que la carne.
Estos cambios deben hacerse cautelosamente, y el tema debe ser
tratado en forma que no disguste ni cause prejuicios en aquellos a
quienes queremos enseñar y ayudar.
Con frecuencia nuestras hermanas no saben cocinar. A las tales
quiero decir: Yo iría a la mejor cocinera que se pudiera hallar en el
país, y permanecería a su lado si fuese necesario durante semanas,
hasta llegar a dominar el arte de preparar los alimentos, y ser una
cocinera inteligente y hábil. Obraría así aunque tuviese cuarenta años
de edad. Es vuestro deber saber cocinar, y lo es también el enseñar
a vuestras hijas a cocinar. Cuando les enseñáis el arte culinario,
edificáis en derredor de ellas una barrera que las guardará de la
insensatez y el vicio que de otra manera podría tentarlas. Yo aprecio
a mi costurera y a mi copista; pero mi cocinera, que sabe preparar
el alimento que sostiene la vida y nutre el cerebro, los huesos y los
músculos, ocupa el puesto más importante entre los ayudantes de
mi familia.