Página 358 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
Madres: No hay nada que cause tantos males como liberar a
vuestras hijas de sus obligaciones, y no darles nada que hacer, y
dejarlas que elijan en qué se han de ocupar: quizás en tejer crochet
o hacer otras labores superfluas. Haced que ejerciten sus miembros
y sus músculos. Si las fatiga, ¿qué problema hay? ¿No os cansáis
en vuestro trabajo? ¿Acaso la fatiga perjudicará a vuestras hijas,
a menos que trabajen en exceso, más que lo que os perjudica a
vosotros? Por cierto que no. Pueden recuperarse de la fatiga en una
buena noche de descanso y estar listas para trabajar al día siguiente.
Es un pecado dejarlas crecer en la ociosidad. El pecado y la ruina de
Sodoma fue el exceso de pan y ocio.
Queremos obrar con la perspectiva correcta. Queremos actuar
como hombres y mujeres que serán llevados a juicio. Y cuando
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adoptamos la reforma pro salud debiéramos hacerlo con un sentido
del deber, no porque otro la ha adoptado. No he cambiado en nada
mi rumbo desde que adopté la reforma pro salud. No he retrocedido
ni un paso desde que la luz del cielo en cuanto a este asunto iluminó
mi camino. Me aparté de todo inmediatamente: de la carne y de la
manteca, dejé el sistema de tres comidas, y esto mientras llevaba
acabo un trabajo intelectual intenso, escribiendo desde temprano en
la mañana hasta la puesta del sol. Me reduje a dos comidas diarias
sin cambiar mi trabajo. Estuve muy enferma antes, y sufrí cinco
ataques de parálisis. He tenido mi brazo izquierdo sujeto al cuerpo
varios meses porque sentía un dolor intenso en el corazón. Cuando
hice estos cambios en mi régimen, me negué a someterme al gusto
y dejar que me gobernara. ¿Dejaré que esto me impida asegurarme
una mayor fuerza, que a su vez me permitirá glorificar a mi Señor?
¿Dejaré que eso se interponga en mi camino siquiera un momento?
¡Nunca! Sufrí mucha hambre. Yo consumía grandes cantidades de
carne. Pero cuando me sentía desfallecer, cruzaba los brazos sobre
el estómago y decía: “No probaré ni un bocado. Comeré alimentos
sencillos o no comeré nada”. El pan me resulta desagradable. Sólo
de vez en cuando podía comer un trozo del tamaño de una moneda
grande. Podía tolerar bien algunas de las cosas de la reforma pro
salud, pero cuando se trató del pan sentí un desagrado muy particular.
Cuando hice estos cambios tuve que emprender una lucha especial.
No pude comer las dos o tres primeras comidas. Dije al estómago:
“Tendrás que esperar hasta que puedas comer pan”. Poco después