Página 366 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
matrimonial. Debieran considerar con calma cómo pueden brindar a
sus hijos lo que necesitan. No tienen derecho a traer hijos al mundo
que han de ser una carga para otros. ¿Tienen un trabajo que les
permitirá sostener una familia de modo que no necesiten llegar a ser
una carga para los demás? Si no lo tienen, cometen un crimen al
traer hijos al mundo para que sufran por falta de cuidado, alimento
y ropa apropiados. En esta época rápida y corrupta no se consideran
estas cosas. La concupiscencia predomina sin que se la someta a
control, aunque la debilidad, la miseria y la muerte sean el resultado
de su predominio. Las mujeres llevan forzosamente una vida de
penuria, dolor y sufrimiento por causa de las pasiones incontrolables
de hombres que llevan el nombre de esposos -más apropiadamente
podría llamárseles bestias. Las madres llevan una existencia mise-
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rable, casi todo el tiempo con hijos en los brazos, esforzándose por
todos los medios para darles el pan y para vestirlos. Esta miseria se
ha multiplicado y llena el mundo.
Hay muy poco amor real, genuino, leal y puro. Este precioso
artículo escasea. A la pasión se la llama amor. Más de una mujer se
ha sentido ultrajada en su delicada y tierna susceptibilidad porque la
relación matrimonial le permitía al que llamaba su esposo tratarla
de modo cruel. En estos casos al darse cuenta de que el amor de su
esposo era tan vil llegaba a sentir repulsión por él.
Un gran número de familias viven en un estado deplorable por-
que el esposo y padre permite que predominen sus instintos animales
sobre sus capacidades intelectuales y morales. Como resultado fre-
cuentemente se sienten débiles y deprimidos, sin embargo rara vez
se dan cuenta de que es el resultado de su conducta equivocada.
Tenemos ante Dios la solemne obligación de mantener el espíritu
puro y el cuerpo sano, de modo que podamos beneficiar a la huma-
nidad y ofrecer a Dios un servicio perfecto. El apóstol nos advierte:
“No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que
lo obedezcáis en sus concupiscencias”. Nos insta a seguir adelante
cuando dice que “todo aquel que lucha, de todo se abstiene”. Exhorta
a todos los que se consideran cristianos a presentar sus cuerpos “en
sacrificio vivo, santo, agradable a Dios”. Dice: “Golpeo mi cuerpo,
y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para
otros, yo mismo venga a ser eliminado”.