Página 398 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
Hermano M, usted no logra entender el corazón de una mujer.
No es capaz de descubrir la causa a partir del efecto. Sabe que su
esposa no está tan alegre y feliz como usted desea verla, pero no
investiga la causa. No analiza su comportamiento para ver si la
dificultad se encuentra en usted. Ame a su esposa. Está sedienta de
un amor profundo, verdadero y elevador. Dele pruebas tangibles de
que aprecia y retribuye su cuidado e interés en usted, demostrado en
su preocupación por su comodidad. Consulte su opinión y busque
su aprobación en todo lo que hace. Respete su criterio. No crea que
usted sabe todo lo que es digno de saberse.
Un hogar en el que el amor está presente, donde el amor se expre-
sa en palabras y miradas y hechos, es un lugar donde los ángeles se
complacen en manifestar su presencia, y santificar la escena con ra-
yos de luz de gloria. Allí las humildes tareas del hogar son atractivas.
Ninguna de las obligaciones de la vida será desagradable para su
esposa en tales circunstancias. Las cumplirá con alegría de espíritu y
será como un rayo de luz para con todos los que la rodean, y cantará
en su corazón al Señor. Actualmente siente que no tiene el afecto
de su corazón. Usted le ha dado razón para que así lo sienta. Usted
cumple con sus obligaciones como cabeza de la familia, pero le falta
algo. Está seriamente desprovisto de la preciosa influencia del amor,
que motiva a una conducta bondadosa. El amor debiera verse en la
actitud y modales, y escucharse en el tono de la voz.
Su esposa no se atreve a abrir su corazón a usted; pues tan
pronto como ella expresa un sentimiento diferente del suyo, usted
lo rechaza. Usted habla tan firmemente que ella no tiene valor de
agregar ni una palabra. No sois uno de corazón. Usted se coloca
por encima de ella y mantiene una actitud como si el criterio y la
opinión de ella no tuvieran valor. Usted considera que sus logros
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espirituales son mucho mejores que los de ella. Hermano mío, usted
no conoce su condición real. Dios mira el corazón, no las palabras o
la profesión de fe. Las apariencias no tienen la misma importancia
para Dios que para los hombres. Dios valora el corazón humilde
y el espíritu contrito. Nuestro Salvador conoce la vida y conflictos
de cada alma. No juzga de acuerdo con las apariencias, sino con
justicia.
Usted tiene un carácter fuerte. Cuando usted toma una deci-
sión lo hace precipitadamente y no considera las consecuencias de