Página 399 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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El verdadero amor en el hogar
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mantener su posición y de introducirla independientemente en sus
oraciones y conversación, cuando usted sabe que su esposa no com-
parte su opinión. En vez de respetar los sentimientos de su esposa,
y amablemente evitar, como lo haría un caballero, los temas en los
que difieren, usted ha sido el primero en detenerse en los puntos en
disputa, y ha insistido en expresar sus puntos de vista sin importarle
los que lo rodean. Usted ha considerado que los demás no tenían el
derecho de ver las cosas de un modo distinto. Sin embargo, necesita
entender que el árbol cristiano no da este tipo de fruto.
En el caso de la hermana N, usted no comprendió bien las cosas.
Si ella hubiese sido sanada en respuesta a las oraciones suyas y
de otros, esto hubiera significado la ruina para más de dos o tres
de vosotros. Un Dios sabio se preocupaba de este asunto. Podía
leer los motivos y los propósitos del corazón, aunque los demás los
ignoraran.
Su esposa tiene tanto derecho como usted a tener sus opiniones.
La relación del matrimonio no destruye su identidad. Ella tiene
una responsabilidad individual. Usted no se sentirá tranquilo hasta
que deje el camino libre a su esposa y se manifieste hacia ella más
tolerante, con un espíritu paciente como el de Cristo, y juzgue a
los demás con el criterio con el que desea ser juzgado. Todavía
debe prestar oído a la exhortación: “Nada hagáis por contienda o
por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los
demás como superiores a él mismo”.
Filipenses 2:3
. “Amaos los
unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos
los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no perezosos;
fervientes en espíritu, sirviendo al Señor”.
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