Página 405 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La importancia del dominio propio
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por salvar su vida, la pierde. Tiene una obra que hacer para morir al
yo y cultivar un espíritu de tolerancia y paciencia. Tiene que superar
la idea de que no se lo aprecia, de que se lo injuria, se lo oprime o
se lo perjudica. Usted tiene una falsa imagen de la realidad. Satanás
hace que tenga una visión distorsionada de las cosas.
Apreciado hermano P, en el Centro Adams se me mostró nueva-
mente su caso. Vi que siempre fracasó en ejercitar el verdadero do-
minio propio. Hizo esfuerzos; pero estos esfuerzos sólo alcanzaron
lo externo, no tocaron los motivos de sus acciones. Su temperamen-
to irascible frecuentemente le causa sincero y doloroso pesar y un
sentimiento de condenación propia. Este temperamento vehemente,
a menos que sea controlado, lo inducirá a ser malhumorado y conde-
nador; por cierto, usted ya posee en algún grado estas características.
Siempre está listo a ofenderse por nada. Si se lo empuja en la calle,
se molesta, y deja escapar alguna expresión de protesta. Cuando
maneja en la calle, si no se le deja completamente libre la mitad
de la calzada, en seguida se molesta. Si se le pide que cambie su
proceder para complacer a otros, se irrita y se fastidia, y piensa que
se lo menoscaba en su dignidad. Dejará ver a todos su pecado do-
minante. Su misma expresión indica un temperamento impaciente,
y su boca parece siempre lista para pronunciar una palabra airada.
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En este hábito, como en el uso del tabaco, una total abstinencia es el
único remedio seguro. Tiene que experimentar un cambio completo.
Frecuentemente se da cuenta de que debe controlarse más. Dice con
decisión: “Seré más calmo y paciente”; pero al hacer esto solamente
toca el mal por afuera; acepta retener el león y observarlo. Debe
ir más allá que esto. Solamente la fuerza de los principios puede
desalojar a este enemigo destructor y traer paz y felicidad.
Usted ha dicho repetidamente: “No me puedo controlar”; “tengo
que hablar”. Usted carece de mansedumbre y humildad. Su yo está
vivo, y usted está continuamente en guardia para preservarlo de
humillaciones o insultos. El apóstol dice: “Porque habéis muerto,
y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”.
Colosenses 3:3
.
Los que están muertos al yo no son tan susceptibles y no se colocan
a la defensiva ante algo que los pueda irritar. Los muertos no sienten.
Usted no está muerto. Si lo estuviera, y su vida estuviese escondida
en Cristo, miles de cosas que ahora nota y lo afligen, las dejaría