La venta de la primogenitura
Querido Hno. D,
Hace ya tiempo que quería escribirle, pero ha habido tanto traba-
jo, y ha sido tan cansador, que no he tenido tiempo ni fuerzas para
hacerlo. En mi última visión se me mostró su caso. Usted estaba
en una condición crítica. Usted conocía la verdad, comprendía cuál
era su deber y se regocijaba en la luz de la verdad; pero puesto que
interfería con sus propósitos mundanales, estaba a punto de sacrifi-
car la verdad y el deber en aris de su propia conveniencia. Estaba
considerando su propia ventaja pecuniaria presente, mientras perdía
de vista el eterno peso de gloria. Estaba por hacer un inmenso sa-
crificio por la perspectiva halagadora de una ganancia momentánea.
Estaba a punto de vender su primogenitura por un plato de lentejas.
Si usted se hubiera apartado de la verdad para obtener ganancias
terrenales, no habría sido un pecado de ignorancia de su parte, sino
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una transgresión voluntaria.
Esaú apeteció su plato favorito y sacrificó su primogenitura para
complacer el apetito. Una vez que lo hubo hecho, se dio cuenta de
su insensatez, pero no halló lugar para el arrepentimiento aunque
lo procuró cuidadosamente y con lágrimas. Hay muchísimos que
son como Esaú. Representa a una clase de personas que tiene una
bendición especial y valiosa al alcance de la mano: la herencia
inmortal; una vida tan perdurable como la de Dios, el Creador del
Universo; una felicidad inconmensurable y un eterno peso de gloria;
pero que por tanto tiempo han cedido a sus apetitos, pasiones e
inclinaciones, que se ha debilitado su facultad de discernir y apreciar
el valor de las cosas eternas.
Esaú experimentaba un deseo especial y dominante por parti-
cipar de cierto alimento, y había complacido por tanto tiempo el
yo, que no sentía la necesidad de apartarse de ese plato tentador
y codiciado. Pensó en él, sin hacer ningún esfuerzo especial para
dominar el apetito, hasta que el poder de éste dominó cualquier otra
consideración y lo sojuzgó. Entonces imaginó que sufriría mucha
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