Página 43 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La venta de la primogenitura
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incomodidad, e inclusive la muerte, si no participaba de ese plato
especial. Mientras más pensaba en él, más se fortalecía su deseo,
hasta que su primogenitura, que era sagrada, perdió para él su valor
y su santidad. Pensó que si la vendía, fácilmente la podría comprar
otra vez. La trocó por su plato favorito, arrullándose con la idea
de que podría disponer de ella a voluntad, y que podría adquirirla
de nuevo cuando quisiera. Pero cuando quiso comprarla otra vez,
aun con gran sacrificio de su parte, no pudo hacerlo. Entonces se
arrepintió amargamente de su apresuramiento, su insensatez y su
locura. Examinó el asunto desde todos sus ángulos. Procuró el arre-
pentimiento cuidadosamente y con lágrimas; pero todo fue en vano.
Había despreciado la bendición y el Señor se la quitó para siem-
pre. Usted pensó que si sacrificaba ahora la verdad, para seguir una
conducta de abierta transgresión y desobediencia, no quebrantaría
toda restricción ni se convertiría en un temerario, y en caso de que
se frustraran sus esperanzas y expectativas de ganancia mundanal,
podría interesarse de nuevo en la verdad y llegar a ser un candidato
para la vida eterna. Pero se engañó a sí mismo en este asunto. Si
hubiera sacrificado la verdad para obtener ganancias mundanales, lo
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habría hecho al costo de su vida eterna.
En la parábola de la gran cena, nuestro Salvador nos muestra
que muchos elegirán el mundo en lugar de él, y como resultado
de ello perderán el Cielo. La invitación llena de gracia de nuestro
Salvador fue despreciada. Se sometió con inmensos sacrificios a
trabajos y gastos para hacer grandes preparativos. Entonces envió su
invitación; pero “todos a una comenzaron a excusarse. El primero
dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que
me excuses. Otro dijo: He comparado cinco yuntas de bueyes, y voy
a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme,
y por tanto no puedo ir”.
Lucas 14:18-20
. El Señor entonces se aparta
de los ricos amantes del mundo, cuyas tierras y cuyos bueyes y cuyas
esposas eran de tan gran valor en su estima como para superar las
ventajas que podrían obtener al aceptar la invitación llena de gracia
que les había extendido de participar de su cena. El dueño de casa
entonces se enojó, y se apartó de los que habían insultado de ese
modo la abundancia que les había ofrecido, e invitó a cierta clase de
gente que no estaban llenos, que no poseían ni tierras ni casas, sino
que eran pobres y hambrientos, lisiados, rengos y ciegos, pero que