Página 432 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
descuidadamente se han apartado. No obstante, los que van en pos
de sus propias concupiscencias se alejan de esta luz. No quieren
dejar su conducta pecaminosa, sino que continúan complaciéndose
en la injusticia frente a las amenazas y la venganza de Dios en contra
de los que hacen tales cosas.
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Hace mucho que he planeado hablar a mis hermanas y decirles
que, de acuerdo con lo que el Señor se ha complacido en mostrarme
de vez en cuando, ellas están en gran error. No son cuidadosas de
abstenerse de toda apariencia de mal. No son lo suficientemente
discretas en su comportamiento como corresponde a mujeres que
profesan santidad. Sus palabras no son tan cuidadas y bien elegidas
como debieran ser las de mujeres que han recibido la gracia de Dios.
Tratan a sus hermanos con demasiada familiaridad. Permanecen
cerca de ellos, se inclinan hacia ellos y parecen elegir su compañía.
Se sienten altamente gratificadas con su atención.
Según la luz que me ha dado el Señor, nuestras hermanas de-
bieran comportarse de otro modo. Debieran ser más reservadas,
menos atrevidas y fomentar entre ellas “pudor y modestia”. Tanto
los hermanos como las hermanas se complacen en mantener char-
las demasiado joviales cuando están juntos. Mujeres que profesan
santidad participan en demasiadas bromas, chistes y risas. Esto es
impropio y entristece al Espíritu de Dios. Estas exhibiciones revelan
una falta del verdadero refinamiento cristiano. No fortalecen el alma
en Dios, sino acarrean gran oscuridad; alejan a los puros y refinados
ángeles celestiales y rebajan a un nivel inferior a los que practican
estos errores lamentables.
Nuestras hermanas siempre debieran desarrollar una mansedum-
bre genuina; no debieran ser audaces, conversadoras y atrevidas,
sino modestas y recatadas, cuidadosas al hablar. Deben fomentar
la cortesía. Ser bondadosas, tiernas, compasivas, perdonadoras y
humildes sería apropiado y muy agradable a Dios. Si tienen este
comportamiento los caballeros no las molestarán con una atención
indebida, ya sea en la iglesia o afuera. Todos notarán que hay un sa-
grado círculo de pureza que rodea a estas mujeres temerosas de Dios,
el cual las proteje de cualquiera de estas licencias injustificables.
Algunas mujeres que profesan santidad se comportan con una
libertad descuidada y vulgar que lleva al mal. Pero esas mujeres pia-
dosas cuyas mentes y corazones están ocupados en meditar en temas