Página 434 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
Si las hermanas fuesen nobles y puras de corazón, cualquier
insinuación corrupta, aun de parte de sus ministros, sería repelida
con tal firmeza que no se repetiría nunca más. Deben ser mentes
terriblemente confundidas por Satanás las que escuchan la voz del
seductor porque es un ministro, y en consecuencia faltan a los claros
y positivos mandamientos de Dios y se engañan pensando que no
cometen pecado. Acaso no tenemos las palabras de Juan: “El que
dice: Yo le he conocido, y no guarda sus mandamientos, el tal es
mentiroso, y no hay verdad en él”.
1 Juan 2:4
. ¿Qué dice la ley? “No
cometerás adulterio”. Cuando un hombre profesa guardar la santa
ley de Dios, y es un ministro de las cosas sagradas, se aprovecha de la
confianza que su rango inspira y busca satisfacer sus bajas pasiones,
este sólo hecho debiera ser suficiente para hacer ver a una mujer que
profesa la piedad que, aunque su profesión es tan exaltada como
los cielos, una propuesta impura de parte de él viene de Satanás
vestido de ángel de luz. No puedo creer que la Palabra de Dios sea
una presencia constante en los corazones de los que tan fácilmente
rinden su inocencia y virtud ante el altar de las concupiscencias.
Hermanas mías, evitad hasta la apariencia del mal. En esta era
disoluta y abundante en corrupción, no estáis seguras a menos que
permanezcáis en guardia. La virtud y la modestia son raras. Os
ruego que como seguidoras de Cristo, con una exaltada profesión
de fe, fomentéis la preciosa e inestimable gema de la modestia.
Esta protegerá la virtud. Si albergáis la esperanza de ser finalmente
exaltadas para estar en la compañía de los ángeles puros y sin pecado,
y vivir en una atmósfera donde no hay la más pequeña mancha de
pecado, sed modestas y virtuosas. Nada sino la pureza, la sagrada
pureza, podrá soportar el gran examen, resistir el día de Dios, y ser
recibida en un cielo puro y santo.
Las más pequeñas insinuaciones, vengan de quien vinieran, invi-
tándoos a cometer pecado o a permitir la menor licencia injustificada
para con vuestras personas, debieran ofenderos como el peor de
los insultos a vuestra dignidad de mujeres. Un beso en la mejilla,
en un momento y lugar inoportunos, debiera haceros rechazar al
emisario de Satanás con disgusto. Si viene de alguien que detenta
un importante puesto y se ocupa de las cosas sagradas, el pecado
es diez veces más grande, y debiera hacer que una mujer o joven
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temerosa de Dios se aparte con horror, no sólo del pecado que os