Página 440 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
Les diría a las mujeres con estas características: Podéis construir
o destruir vuestra propia felicidad. Podéis hacer que vuestras vidas
sean felices o insoportables. Vuestro proceder os traerá felicidad o
desdicha. ¿Han pensado alguna vez estas personas que sus esposos
se han de cansar de soportar su inutilidad, su irritabilidad, sus críticas,
sus apasionados ataques de llanto cuando se imaginan que son tan
dignas de lástima? Su temperamento irritable y su mal genio les
sustrae los afectos de sus esposos y las lleva a buscar simpatía, paz
y consuelo fuera de sus hogares. En ellos se respira una atmósfera
envenenada, y su hogar es para ellas cualquier cosa excepto un
lugar de descanso, paz y felicidad. El esposo está a merced de las
tentaciones de Satanás, y coloca sus afectos en objetos prohibidos, y
es atraído por el pecado y finalmente se pierde.
Grande es la misión de las mujeres, especialmente de las que
son esposas y madres. Pueden ser una bendición para los que las
rodean. Pueden ejercer una influencia poderosa para el bien si hacen
brillar su luz de modo que los demás puedan ser llevados a glorificar
a nuestro Padre celestial. Las mujeres pueden tener una influencia
transformadora si sólo están dispuestas a rendir sus caminos y su
voluntad a Dios, y dejar que él controle sus mentes, afectos y ser.
Pueden tener una influencia que tenderá a refinar y elevar a los que
con ellas se relacionen. Pero este tipo de mujeres generalmente no
son conscientes del poder que poseen. Ejercen una influencia in-
consciente que parece emanar naturalmente de una vida santificada,
de un corazón renovado. Es el fruto que brinda naturalmente el buen
árbol plantado por la mano divina. Se olvida al yo, fusionado en la
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vida de Cristo. Ser ricas en buenas obras es tan natural para ellas
como respirar. Viven para hacer el bien a los demás y sin embargo
están dispuestas a decir: Somos siervas inútiles.
Dios le ha asignado a la mujer su misión; y si ella, humilde-
mente, pero del mejor modo que pueda, hace de su hogar un cielo,
cumpliendo con sus obligaciones para con su esposo e hijos fiel y
amorosamente, tratando de hacer que su vida útil, pura y virtuosa
emane continuamente una luz santa para iluminar a los que la rodean,
está haciendo la obra que su Maestro le encomendó, y escuchará de
sus divinos labios las palabras: Bien, buen siervo fiel, entra en el go-
zo de tu Señor. Estas mujeres que hacen voluntariamente lo que les
viene a las manos, ayudando con alegría de espíritu a sus esposos a