Página 441 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Un llamado a la iglesia
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llevar sus cargas, e instruyendo a sus hijos para Dios, son misioneras
en el más alto sentido. Se ocupan de un importante aspecto de la
gran obra para una vida más elevada, y recibirán su recompensa. Se
debe educar a los niños para el cielo y se los debe preparar para que
brillen en las cortes del reino del Señor. Cuando los padres, espe-
cialmente las madres, comprendan el verdadero sentido de la obra
importante y de responsabilidad que Dios les ha dado que hacer, no
se ocuparán tanto de los asuntos que sólo conciernen a sus vecinos
y con los que ellas no tienen nada que ver. No irán de casa en casa
interesándose en los chismes de moda, deteniéndose en las faltas,
equivocaciones e inconsecuencias de sus vecinos. Sentirán de tal
modo su responsabilidad por el cuidado de sus propios hijos que no
encontrarán tiempo para criticar a sus vecinos. Los chismosos y los
cuenteros son una terrible maldición para el barrio y la iglesia. Dos
tercios de todas las pruebas en la iglesia tienen esta causa.
Dios quiere que todos cumplan fielmente sus obligaciones co-
tidianas. La mayor parte de los profesos cristianos descuidan este
aspecto. Son los deberes cotidianos los que son especialmente des-
atendidos por la clase de gente que he mencionado: personas que se
imaginan que pertenecen a un grupo de seres más refinados que los
mortales que las rodean. El hecho de que piensen así es evidencia
de que pertenecen a un grupo inferior, estrecho de mente, vanidoso
y egoísta. Se sienten muy por encima de los modestos y humildes
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pobres a quienes nos dice Jesús que ha llamado. Siempre tratan de
asegurarse una buena posición, de ganarse el aplauso, de obtener
fama por realizar una gran obra que otros no pueden hacer. Pero las
delicadas fibras de su refinada naturaleza se sienten incómodas al
asociarse con los humildes y los desafortunados. Están completa-
mente equivocadas. La razón por la que rehuyen estas obligaciones
desagradables es que son tremendamente egoístas. Su apreciado yo
es el centro de todas, sus acciones y motivos.
Se me señaló a la Majestad de los cielos. Cuando él, a quien los
ángeles adoran, que era rico en honor, esplendor y gloria, vino a esta
tierra y tomó la naturaleza del hombre, no presentó su naturaleza
excelsa como excusa para mantenerse separado de los desafortu-
nados. Al hacer su obra se lo vio entre los afligidos, los pobres,
los angustiados y los necesitados. Cristo era la personificación del
refinamiento y la pureza; su vida y carácter eran elevados; pero en su