Página 442 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
ministerio no se lo encontró entre hombres de altisonantes títulos, ni
entre los más honorables de este mundo, sino con los despreciados y
necesitados. “Viene -dice el divino Maestro-, a salvar lo que se había
perdido”. Sí; la Majestad de los cielos siempre trabajó para ayudar
a los que más necesitaban ayuda. Ojalá que el ejemplo de Cristo
haga que esa clase de gente que está tan centrada en su propio pobre
yo que considera indigno de su refinado gusto y elevada vocación
ayudar a los más desamparados, se avergüence de las excusas que
pone para no actuar. Estas personas se han ubicado por encima de su
Señor, y al final se asombrarán cuando descubran que son más bajos
que los más bajos de esa clase con la que sus personalidades refi-
nadas y sensibles les disgusta mezclarse y por la que les desagrada
trabajar. Es cierto que puede no siempre ser agradable unirse con el
Maestro y llegar a ser cooperadores con él ayudando a la gente más
necesitada; pero ésta es la obra para hacer la cual Cristo se humilló.
¿Es el siervo mayor que su Señor? El ha dado el ejemplo, y nos insta
a que lo imitemos. Puede ser desagradable, sin embargo es nuestra
obligación hacer esta obra.
Se necesitan hombres fieles y selectos a la cabeza de la obra.
Los que no tienen experiencia en llevar responsabilidades y que
no desean adquirirla, no debieran, bajo ningún concepto, ocupar
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esos puestos. Se necesitan hombres que velen por las almas como
quienes tendrán que dar cuenta de ello. Se necesitan padres y madres
de Israel para ocupar estos importantes puestos. Que los egoístas,
los que se preocupan sólo por sí mismos, los avaros, los codiciosos,
se ubiquen donde sus miserables rasgos de carácter no sean tan
conspicuos. Cuanto más aislados estén, mejor para la causa de Dios.
Hago un llamado al pueblo de Dios, dondequiera que se encuentren:
Tomad conciencia de vuestro deber. Considerad seriamente que
estamos realmente viviendo entre los peligros de los últimos días.
Espero que el caso de N. Fuller os despertará, padres y madres,
y os hará ver la necesidad de una obra concienzuda en vuestros ho-
gares, en vosotros mismos y vuestros hijos, de modo que ninguno de
vosotros pueda ser engañado de tal modo por Satanás que considere
el pecado como lo ha hecho este pobre hombre, digno de gran com-
pasión. Los que han participado con él en el pecado, nunca hubieran
sido abandonados para ser engañados y arruinados si hubiesen te-
nido un alto sentido de la virtud y la pureza, y hubieran sentido un