Página 443 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Un llamado a la iglesia
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constante y vivo horror por el pecado y la iniquidad. A pesar de
que viven en el tiempo del mensaje más solemne que alguna vez se
haya llevado a los mortales, presentando la ley de Dios como una
prueba del carácter de los seres humanos y como el sello del Dios
vivo, y proclaman este mensaje, transgreden sus santos preceptos.
Las conciencias de los que hacen esto están cauterizadas y terrible-
mente endurecidas. Se han resistido a las influencias del Espíritu de
Dios a tal punto que usan la verdad sagrada como un manto para
esconder la deformidad de sus almas corruptas. Este hombre ha sido
terriblemente engañado por Satanás. Ha estado al servicio de sus
bajas pasiones mientras que profesaba estar consagrado a la obra de
Dios, dedicado al sagrado ministerio. Ha considerado que gozaba
de buena salud cuando en realidad estaba enfermo.
Me he sentido muy preocupada al ver la poderosa influencia
de los instintos animales en el control de hombres y mujeres de
inteligencia y habilidad no comunes. Serían capaces de hacer una
buena obra, de ejercer una influencia poderosa, si no estuvieran es-
clavizados por sus bajas pasiones. Mi confianza en la humanidad
se ha visto terriblemente disminuida. Me ha sido mostrado que per-
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sonas de aparentemente buen comportamiento, que no se toman
injustificables libertades con el otro sexo, eran culpables de practicar
el vicio secreto casi todos los días de sus vidas. No se han abste-
nido de practicar este terrible pecado ni siquiera durante las más
solemnes reuniones. Han escuchado los más serios e impresionantes
sermones sobre el juicio, que parecían llevarlos ante el tribunal de
Dios, causándoles temor y temblor; sin embargo antes que pasara
una hora, ya estaban practicando su favorito y cautivante pecado,
corrompiendo sus propios cuerpos. Estaban tan esclavizados por
este horrendo crimen que parecía faltarles el poder para controlar sus
instintos. Hemos trabajado seriamente por algunos, hemos rogado,
llorado y orado frente a ellos; sin embargo sabemos que en medio de
todo nuestro sincero esfuerzo y angustia ha preponderado la fuerte
tendencia pecaminosa y reincidieron.
Serias enfermedades o una poderosa convicción han despertado
las conciencias de algunos de los culpables y de tal modo los han
mortificado que los han impulsado a confesar estas cosas con profun-
da humillación. Otros continúan siendo culpables. Han practicado
este pecado casi toda su vida y, en su constitución física deteriorada