Página 444 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
y su frágil memoria, están cosechando el resultado de este hábito
pernicioso; aún así son demasiado orgullosos para confesar. Obran
en secreto y sus conciencias no han mostrado remordimiento por
este gran pecado. Confío muy poco en la experiencia cristiana de
tales personas. Parecen ser insensibles a la influencia del Espíritu
de Dios. Lo sagrado y lo secular son iguales para ellos. La prácti-
ca habitual de un vicio tan degradante como la corrupción de sus
propios cuerpos no los ha inducido a llorar amargamente y arrepen-
tirse de corazón. Piensan que pecan sólo en su propio perjuicio. Se
equivocan en esto. Si están enfermos de cuerpo o mente, los demás
lo sienten y lo sufren. Su imaginación es imperfecta, su memoria
es deficiente, cometen errores, tienen deficiencias que afectan seria-
mente a aquellos con quienes viven y que se relacionan con ellos.
Al llegar estas cosas a oídos de otros ocasionan humillación y pesar.
He mencionado estos casos para ilustrar el poder de este vicio
destructor del alma y del cuerpo. La mente completa se rinde a las
bajas pasiones. Las facultades morales e intelectuales se ven opri-
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midas por los instintos. El cuerpo flaquea y el cerebro se debilita.
Se derrocha el material depositado allí para nutrir el organismo. Es
grande la carga que el organismo soporta. Los delicados nervios
del cerebro, al ser excitados para actuar de un modo antinatural, se
entumecen y en alguna medida se paralizan. Las facultades mora-
les se debilitan, mientras que los instintos animales se fortalecen
y aumenta su desarrollo por el ejercicio. Se despiertan los apeti-
tos por los alimentos malsanos. Cuando las personas son adictas a
la masturbación, es imposible despertar su sensibilidad moral para
apreciar las cosas eternas o para deleitarse en los ejercicios espiri-
tuales. Los pensamientos impuros captan y controlan la imaginación
y fascinan la mente, y a esto le sigue un deseo casi incontrolable de
practicar actos impuros. Si la mente fuera educada para contemplar
temas elevadores, y se entrenara la imaginación para espaciarse en
las cosas puras y santas, sería fortalecida en contra de este terrible,
degradante vicio que destruye el alma y el cuerpo. Con el ejercicio
se acostumbraría a espaciarse en lo elevado, lo celestial, lo puro y lo
sagrado, y no podría ser atraída a ese bajo, corrupto y vil pecado.
¿Qué podemos decir de los que viven en la deslumbrante luz
de la verdad y sin embargo practican diariamente el pecado y el
crimen? Los placeres prohibidos y excitantes los atraen y sujetan y