Página 447 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Un llamado a la iglesia
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Hombres y mujeres, aprenderéis algún día lo que es la concupis-
cencia y el resultado de satisfacerla. Puede hallarse en las relaciones
matrimoniales una pasión de clase tan baja como fuera de ellas.
El apóstol Pablo exhorta a los esposos a amar a sus esposas “co-
mo Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella... Así
también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos
cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque ninguno
aborreció jamás a su propia carne, antes la sustenta y la regala, como
también Cristo a la iglesia”.
Efesios 5:25, 28-29
. No es amor puro el
que impulsa a un hombre a hacer de su esposa un instrumento que
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satisfaga su concupiscencia. Es expresión de las pasiones animales
que claman por ser satisfechas.
¡Cuán pocos hombres manifiestan su amor de la manera especifi-
cada por el apóstol: “Así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a
sí mismo por ella (no para contaminarla), para santificarla y limpiar-
la”, para “que fuese santa y sin mancha”! Esta es la calidad del amor
que en las relaciones matrimoniales Dios reconoce como santo. El
amor es un principio puro y sagrado; pero la pasión concupiscente
no admite restricción, no quiere que la razón le dicte órdenes ni la
controle. No vislumbra las concupiscencias; no quiere razonar de la
causa al efecto. Muchas mujeres están sufriendo de gran debilidad y
constantes enfermedades debido a que se han despreciado las leyes
de su ser y se han pisoteado las leyes de la naturaleza. Hombres y
mujeres despilfarran la fuerza nerviosa del cerebro, y la ponen en
acción antinatural para satisfacer las pasiones bajas; y este monstruo
odioso, la pasión baja y vil, recibe el nombre delicado de amor.
Muchos cristianos profesos que desfilaron delante de mí, care-
cían de restricción moral. Eran más animales que hijos de Dios. De
hecho, su naturaleza parecía ser casi completamente animal. Mu-
chos hombres de este tipo degradan a la esposa a quien prometieron
sostener y apreciar. Hacen de ella un instrumento para satisfacer
las propensiones bajas y concupiscentes. Y muchísimas mujeres se
someten a ser esclavas de la pasión concupiscente; no poseen sus
cuerpos en santificación y honra. La esposa ya no conserva aquella
dignidad y respeto propio que poseía antes del casamiento. Esta
santa institución debiera haber conservado y aumentado su respeto
femenino y su santa dignidad; pero su casta, digna y divina feminei-
dad ha sido consumida sobre el altar de las bajas pasiones; ha sido