Página 45 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La venta de la primogenitura
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una fiesta para sus ojos, perderán su atractivo. Los palacios que
edificaron los orgullosos de la tierra, y que fueron sus ídolos, serán
despreciados con náuseas y disgusto. Nadie invocará las tierras, los
bueyes o la esposa con quien se acaba de casar como excusa para no
participar de la gloria que resplandecerá ante sus ojos asombrados.
Todos querrán participar, pero sabrán al mismo tiempo que todo eso
no es para ellos.
Con oración fervorosa y agonizante suplican a Dios que no
los deje a un lado. Los reyes, los poderosos, los encumbrados, los
orgullosos, el hombre miserable, todos juntos se inclinan ante la
presión de una angustia, una desolación y una miseria indescrip-
tibles; oraciones angustiosas, provenientes del corazón, brotan de
sus labios: “¡Misericordia! ¡Misericordia! ¡Salvadnos de la ira de
un Dios ofendido!” Una voz les responde con terrible claridad y
firmeza, y majestuosamente: “Puesto que llamé y me rechazasteis;
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extendí mi mano y no tuvisteis consideración de mí; y por el contra-
rio redujisteis a la nada todo mi consejo, y no quisisteis saber nada
de mis reprensiones, yo me reiré de vuestra calamidad; me burlaré
de vosotros cuando os asalte el temor”.
Entonces los reyes y los nobles, el poderoso, el pobre y el mez-
quino, todos juntos claman allí con gran amargura. Los que en los
días de su prosperidad despreciaron a Cristo y a los humildes que
seguían sus pisadas, hombres que no quisieron humillar su rango
para inclinarse ante Cristo, que aborrecieron su despreciada cruz,
se encuentran ahora postrados en el fango de la tierra. Su grandeza
súbitamente los ha abandonado y no vacilan en inclinarse a la tierra,
a los pies de los santos. Entonces comprenden con terrible amargura
que están consumiendo los frutos de su propia conducta, y que están
llenos de sus propias argucias. Confiando en su supuesta sabiduría
rechazaron la recompensa sublime y eterna, y la invitación celestial,
en favor de las ganancias terrenales. El resplandor y el oropel de
la tierra los fascinaron, y en su supuesta sabiduría se convirtieron
en insensatos. Se gozaban en su prosperidad mundanal como si sus
ventajas terrenales fueran tan grandes que podrían, por medio de
ellas, tener méritos ante Dios, y de esa manera asegurarse el Cielo.
El dinero era poder para los insensatos de la tierra y al mismo
tiempo era su dios; pero su misma prosperidad los destruyó. Se
volvieron insensatos a la vista de Dios y de sus santos ángeles