Página 474 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
constante en Dios. Como resultado de esta carencia los pocos que
poseen estas cualidades están sobrecargados de trabajo y tienen
que compensar las deficiencias tan evidentes de los que podrían ser
obreros capacitados si así lo quisieran. Hay unos pocos que trabajan
día y noche, negándose el descanso y la recreación social, exigien-
do el máximo a su cerebro, cada uno llevando a cabo la obra de
tres hombres, desgastando sus valiosas vidas para hacer la obra que
otros podrían hacer, pero que descuidan. Algunos son demasiado
haraganes como para hacer su parte; muchos ministros se protegen
cuidadosamente evitando responsabilidades, permaneciendo en un
estado de ineficiencia, y realizando casi nada. Por lo tanto, los que
se dan cuenta del valor de las almas, los que aprecian cuán sagrada
es la obra y piensan que debe progresar, están trabajando de más,
haciendo esfuerzos sobrehumanos, y consumiendo la energía de su
cerebro para mantener la obra en marcha. Si el interés en la obra y
la devoción por ella estuvieran repartidos de igual modo, si todos
los que profesan ser ministros dedicaran diligentemente su interés
por completo a la causa, sin mezquinar su colaboración, los pocos
obreros firmes y temerosos de Dios, quienes están rápidamente con-
sumiendo sus vidas, se verían aliviados de estas grandes presiones
que los agobian y podrían preservar su fuerza de modo que, cuando
realmente se necesite, tendría un doble poder, y daría mucho mayo-
res resultados que los que ahora pueden verse al estar ellos bajo la
presión de una abrumadora preocupación y ansiedad. El Señor no se
complace con esta desigualdad.
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Muchos que profesan ser llamados por Dios para ministrar en la
palabra y la doctrina no se dan cuenta de que no tienen derecho de
considerarse maestros a menos que estén firmemente respaldados
por un serio y diligente estudio de la Palabra de Dios. Algunos
no se han preocupado por obtener un conocimiento de las simples
ramas de la educación. Algunos ni siquiera saben leer correctamente;
algunos citan mal las Escrituras; y algunos, al dejar ver su falta de
preparación para la obra que tratan de hacer, perjudican la causa de
Dios y deshonran la verdad. Estos no ven la necesidad de cultivar el
intelecto, de fomentar especialmente el refinamiento sin afectación,
y de tratar de lograr la verdadera elevación del carácter cristiano. El
medio cierto y efectivo para lograr esto es rendir el alma a Dios. El
dirigirá el intelecto y los afectos de modo que se centren en lo divino