Página 476 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
de Dios! ¡Cuánto necesita un estudio fiel de la Palabra, para que él
mismo pueda ser santificado por la verdad y pueda ser hecho apto
para enseñar a otros.
Hermanos, se requiere que ejemplifiquéis la verdad en vuestras
vidas. Pero no todos los que piensan que es su misión enseñar a otros
la verdad están convertidos y santificados por la verdad. Algunos
tienen ideas erradas acerca de lo que significa ser cristiano y de los
medios por los que se obtiene una firme experiencia religiosa; mu-
cho menos entienden los requisitos que Dios exige que sus ministros
cumplan. Estos hombres no están santificados. Ocasionalmente tie-
nen un acceso de sentimentalismo y sienten la impresión de que son
realmente hijos de Dios. Esta dependencia de las impresiones es uno
de los engaños de Satanás. Los que se acostumbran a esto hacen de
la religión algo circunstancial. Necesitan un principio firme. Nadie
es un cristiano vivo a menos que tenga una experiencia diaria en
las cosas de Dios y practique diariamente la abnegación al llevar
alegremente la cruz y seguir a Cristo. Cada cristiano ha de avanzar
diariamente en la vida divina. Mientras avanza hacia la perfección,
experimenta cada día una conversión a Dios; y esta conversión no
es completa hasta que logra la perfección del carácter cristiano, una
preparación completa para el toque final de la inmortalidad.
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Dios debiera ser el más alto objeto de nuestros pensamientos.
Meditar en él y suplicarle a él, eleva el alma y estimula los afectos.
El descuido de la meditación y la oración seguramente traerá como
resultado un deterioro en los intereses religiosos. Luego se notará
descuido y pereza. La religión no es meramente una emoción, un
sentimiento. Es un principio que está entrelazado con todas las
tareas diarias y las transacciones de la vida. No hay nada que se
desee, ni negocio que se emprenda que no pueda regirse por este
principio. Para mantener una religión sin mancha, es necesario ser
trabajadores y perseverar en el esfuerzo. Debemos hacer algo por
nosotros mismos. Nadie sino nosotros mismos puede obrar nuestra
salvación con temor y temblor. Esta es precisamente la obra que el
Señor nos ha encomendado que hagamos.
Algunos ministros que profesan ser llamados por Dios tienen
la sangre de las almas en sus vestiduras. Están rodeados por des-
carriados y pecadores, y sin embargo no sienten la responsabilidad
por sus almas; manifiestan indiferencia por su salvación. Algunos