Página 477 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Mensaje a los ministros
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están tan adormecidos que parecen no tener conciencia de la tarea
de un ministro del evangelio. No consideran que como médicos
espirituales se requiere que sean capaces de administrar sanamiento
a las almas enfermas de pecado. La obra de advertir a los pecadores,
de llorar por ellos y rogar con ellos se ha descuidado al punto que
muchas almas ya no pueden ser sanadas. Algunos han muerto en
sus pecados, y en el juicio reprocharán por su culpabilidad a los que
podrían haberlos salvado, pero que no lo hicieron. Ministros infieles,
¡qué retribución os espera!
Los ministros de Cristo necesitan un nuevo ungimiento para
poder discernir más claramente las cosas sagradas, y tener una clara
conciencia del carácter santo e inmaculado que deben formar con el
fin de ser modelos para la grey. Nada que podamos hacer nosotros
mismos nos elevará al nivel donde Dios nos puede aceptar como
sus embajadores. Solamente una firme confianza en Dios, y una fe
fuerte y activa, llevará a cabo la obra que él requiere que se haga en
nosotros. Dios necesita a hombres que trabajen. Un continuo hacer
el bien forma caracteres para el Cielo. Con sencillez, fidelidad y
amor debemos ungir a la gente para que se preparen para el día de
Dios. A algunos habrá que instarlos con firmeza para lograr que se
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conmuevan. Que nuestro trabajo se caracterice por la mansedumbre
y la humildad, mas que tenga la firmeza necesaria para hacerles
comprender que estas cosas son una realidad, y que deben elegir
entre la vida y la muerte. La salvación del alma no es un asunto
para tratar con ligereza. La conducta del obrero de Dios debiera
ser seria y caracterizarse por la sencillez y la verdadera cortesía
cristiana, sin embargo el obrero debiera trabajar con una tremenda
seriedad haciendo la obra que el Maestro le ha dejado para hacer.
Una decidida perseverancia en una conducta justa, disciplinando la
mente por medio de una práctica religiosa que fomente la devoción
y las cosas celestiales, traerá la más grande felicidad.
Si hacemos de Dios nuestra confianza, tendremos el poder de
controlar la mente en estas cosas. Por medio de un continuo ejerci-
cio se fortalecerá para luchar contra los enemigos internos y para
refrenar al yo, hasta que haya una completa transformación, y las
pasiones, los apetitos y la voluntad queden en perfecta sujeción. Lue-
go habrá una constante piedad en el hogar y fuera de él, y cuando
nos ocupemos de trabajar por las almas, un poder nos ayudará en