Página 478 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
nuestros esfuerzos. El cristiano humilde tendrá períodos de devoción
que no serán espasmódicos, vacilantes o supersticiosos, sino cal-
mos, tranquilos, profundos, constantes y firmes. El amor de Dios, la
práctica de la santidad, serán placenteros cuando haya una perfecta
entrega a Dios.
La razón por la que los ministros de Cristo no tienen más éxito
en su trabajo es que no están generosamente dedicados a la obra.
El interés de algunos está dividido: son hipócritas. Les atraen los
intereses de esta vida y no se dan cuenta de cuán sagrada es la obra
del ministro. Estas personas pueden quizá quejarse de las tinieblas,
del gran descreimiento, de la infidelidad. La razón de esto es que
no están bien con Dios; no ven la importancia de llevar a cabo una
completa consagración a él. Sirven un poco a Dios, pero mucho a sí
mismos. Oran muy poco.
La Majestad del cielo, mientras se ocupaba de su ministerio terre-
nal, oraba mucho a su Padre. Frecuentemente pasaba toda la noche
postrado en oración. A menudo su espíritu se entristecía al sentir
los poderes de las tinieblas de este mundo, y dejaba la bulliciosa
ciudad y el ruidoso gentío, para buscar un lugar apartado para sus
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oraciones intercesoras. El monte de los Olivos era el refugio favorito
del Hijo de Dios para sus devociones. Frecuentemente después que
la multitud le había dejado para retirarse a descansar, él no descan-
saba, aunque se sentía agotado por la labor del día. En el Evangelio
según San Juan leemos: “Cada uno se fue a su casa; y Jesús se fue
al monte de los Olivos”. Mientras la ciudad estaba sumida en el
silencio, y los discípulos habían regresado a sus hogares para un
reparador descanso, Jesús no dormía. Sus divinos ruegos ascendían
a su Padre desde el monte de los Olivos para que sus discípulos
pudieran ser guardados de las malas influencias que enfrentarían a
diario en el mundo, y para que su propia alma pudiera ser fortalecida
y vigorizada para enfrentar las obligaciones y las pruebas del día
siguiente. Mientras que sus discípulos dormían, su divino Maestro
pasaba toda la noche orando. El rocío y la escarcha de la noche caían
sobre su cabeza inclinada en oración. Ha dejado su ejemplo para sus
seguidores.
La Majestad del cielo, mientras se ocupaba de su misión, se
dedicaba frecuentemente y sinceramente a la oración. No siempre
visitaba el monte de los Olivos pues sus discípulos conocían su