Página 479 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Mensaje a los ministros
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refugio favorito, y a menudo lo seguían. Elegía la quietud de la noche
cuando no sería interrumpido. Jesús podía sanar a los enfermos y
levantar a los muertos. El mismo era una fuente de bendición y
fuerza. Mandaba aun a las tempestades, y ellas le obedecían. No
había sido mancillado por la corrupción, ni tocado por el pecado; sin
embargo oraba, y a menudo lo hacía con profundo llanto y lágrimas.
Oraba por sus discípulos y por sí mismo, identificándose así con
nuestras necesidades, nuestras debilidades y nuestros fracasos, que
son tan característicos de nuestra condición humana. Pedía con
poder, sin poseer las pasiones de nuestra naturaleza humana caída,
pero provisto de debilidades similares, tentado en todo según nuestra
semejanza. Jesús sufrió una agonía que requería ayuda y apoyo de
su Padre.
Cristo es nuestro ejemplo. ¿Los ministros de Cristo son tentados
y fieramente abofeteados por Satanás? Así también lo fue el que no
conoció pecado. Se volvió a su Padre en estas horas de angustia. Vino
a la tierra para proveer un modo por el que pudiéramos encontrar
gracia y fortaleza para ayudarnos en cada momento de necesidad, al
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seguir su ejemplo de orar frecuente y sinceramente. Si los ministros
de Cristo imitan este ejemplo, serán imbuidos de su espíritu, y los
ángeles ministrarán en su favor.
Los ángeles ayudaron a Jesús, mas su presencia no facilitó su
vida ni la libró de duras luchas y fieras tentaciones. Fue tentado en
todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Si los ministros,
mientras están haciendo la obra que el Maestro les ha mandado
que hagan, tienen pruebas, perplejidades y tentaciones, ¿debieran
sentirse descorazonados, cuando saben que hay Uno que ha sufrido
todas estas cosas antes que ellos? ¿Debieran perder su confianza
porque sus esfuerzos no rinden los frutos que ellos esperaban? Cristo
trabajó firmemente por su propia nación; pero sus esfuerzos fueron
despreciados precisamente por los que él vino a salvar, y mataron al
que vino a darles vida.
Hay un número suficiente de ministros, pero una gran escaces de
obreros. Los obreros, los colaboradores de Dios, tienen conciencia
del carácter sagrado de la obra y de los severos conflictos que tienen
que enfrentar con el fin de llevarla adelante con éxito. Los obreros
no desmayarán ni se desanimarán ante el trabajo, no importa cuán
arduo sea. En la Epístola a los Romanos Pablo dice: “Justificados,