Página 482 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
los registra como hechos que tienen su origen en motivos egoístas y
en una deshonesta hipocresía. El que escudriña los corazones juzga
cada acto de nuestras vidas, ya sea digno de encomio o de censura,
de acuerdo con los motivos que lo impulsaron.
Aun algunos ministros que defienden la ley de Dios tienen muy
poco conocimiento de sí mismos. No meditan en los motivos de sus
acciones ni los examinan. No ven sus errores y pecados, porque no
consideran su vida, sus actos y su carácter, con sinceridad y seriedad,
separadamente y en conjunto, ni los comparan con la sagrada y santa
ley de Dios. No comprenden realmente los requerimientos de la
ley de Dios, y diariamente viven en transgresión al espíritu de esa
ley que profesan reverenciar. “Por medio de la ley -dice Pablo- es
el conocimiento del pecado”. “Yo no conocí el pecado sino por la
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ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No
codiciarás”.
Romanos 3:20; 7:7
. Algunos que trabajan en la Palabra
y la doctrina no tienen una comprensión práctica de la ley de Dios y
sus santos requerimientos, ni de la expiación de Cristo. Ellos mismos
necesitan convertirse antes que puedan convertir a los pecadores.
No se presta atención al fiel espejo que puede revelar los defectos
del carácter; por lo tanto la deformidad y el pecado existen, y son
evidentes para los demás, aunque los que están en el error no se
den cuenta de su existencia. El odioso pecado del egoísmo existe
en gran proporción, aun en algunos que profesan estar dedicados
a la obra de Dios. Si compararan su carácter con sus requerimien-
tos, especialmente con la gran norma, su santa, justa y buena ley,
se cerciorarían, si se examinaran seria y honestamente, de que son
tremendamente deficientes. Pero algunos no están dispuestos a ir
lo suficientemente lejos y penetrar lo suficientemente profundo co-
mo para ver la maldad de sus propios corazones. Son deficientes
en muchos aspectos; sin embargo permanecen en una voluntaria
ignorancia de su culpabilidad, y están tan empeñados en cuidar de
sus propios intereses que Dios no se interesa por ellos.
Algunos no tienden naturalmente a la devoción, y por lo tanto
debieran fomentar y cultivar el hábito de examinar detalladamente
sus propias vidas y motivos y debieran fomentar de un modo espe-
cial el amor por los ejercicios religiosos y por la oración secreta.
Frecuentemente se los escucha hablar de dudas y descreimiento, y
se espacian en las tremendas luchas que han tenido que librar con