Página 485 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Mensaje a los ministros
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toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo,
y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues firmes, ceñidos
vuestros lomos con la verdad y vestidos con la coraza de justicia, y
calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo,
tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de
fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada
del Espíritu, que es la Palabra de Dios; orando en todo tiempo con
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toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda
perseverancia y súplica por todos los santos”.
Estamos ocupados en una exaltada y sagrada obra. Los que pro-
fesan ser llamados a enseñar la verdad a los que están en tinieblas no
debieran ser ellos mismos seres descreídos y en tinieblas. Debieran
vivir cerca de Dios, donde pueden ser todos luz en el Señor. La razón
por la que no son así es que ellos mismos no obedecen la Palabra
de Dios; por lo tanto expresan dudas y desalientos, cuando debieran
expresar sólo palabras de fe y santa alegría.
Lo que necesitan los ministros es religión, una conversión dia-
ria a Dios, un interés indiviso y sin egoísmo en su causa y en su
obra. Debe haber autohumillación, dejar todo el celo, mala sospecha,
envidia, odio, malicia y descreimiento. Se necesita una completa
transformación. Algunos han perdido de vista a nuestro Modelo,
el doliente Hombre del Calvario. Al servirle no podemos esperar
desahogo, honor y grandeza en esta vida; pues él, la Majestad del
Cielo, no los recibió. “Despreciado y desechado entre los hombres,
varón de dolores, experimentado en quebranto”. “Herido fue por
nuestras rebeliories, molido por nuestros pecados; el castigo de nues-
tra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”
Isaías
53:3, 5
. Con este ejemplo ante nosotros, ¿elegiremos rehuir la cruz
y ser desviados por las circunstancias? Nuestro celo, nuestro fervor,
¿serán encendidos sólo cuando estemos rodeados por los que están
despiertos y son celosos en la obra y la causa de Dios?
¿No podemos apoyarnos en Dios, aunque lo que nos rodee sea
siempre tan desagradable y desalentador? “¿Qué, pues, diremos a
esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no
escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará
a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que
condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó,