Página 486 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
y que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por
nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o
angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?
Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo;
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somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas
cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles,
ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo
alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar
del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Romanos
8:31-39
.
Muchos ministros no tienen un interés indiviso en la obra de
Dios. Han invertido muy poco en su causa, y por cuanto se han
interesado tan poco en el avance de la verdad son fácilmente tentados
en cuanto a ella y apartados de ella. No son firmes, fuertes, estables.
El que conoce bien su propio carácter, que sabe cuál es el pecado que
lo acosa más fácilmente, y las tentaciones que más probablemente
lo vencerán, no debiera exponerse innecesariamente e invitar a la
tentación a colocarse en el campo del enemigo. Si el deber lo llama
a donde las circunstancias no son favorables, recibirá ayuda especial
de Dios, y así irá completamente armado para el conflicto con el
enemigo. El conocimiento de sí mismo salvará a muchos de caer
en dolorosas tentaciones, y les evitará a muchos una ignominiosa
derrota. Con el fin de conocernos a nosotros mismos, es esencial
que investiguemos fielmente los motivos y principios de nuestra
conducta, comparando nuestras acciones con el modelo de conducta
revelado en la Palabra de Dios. Los ministros debieran fomentar y
cultivar la benevolencia.
Se me mostró que algunos de los que han estado empleados en
nuestra oficina de publicaciones, en nuestro Instituto de Salud y en
el ministerio, han trabajado solamente por la paga. Hay excepciones;
no todos son culpables en esto, pero pocos parecen haberse dado
cuenta de que deben dar cuenta de su mayordomía. Los recursos
que habían sido consagrados a Dios para el avance de su causa han
sido malgastados. Familias pobres, que habían experimentado la
influencia santificadora de la verdad y que por lo tanto la apreciaban
y se sentían agradecidas a Dios por ella, pensaron que podían y
debían privarse de lo necesario para la vida con el fin de traer sus