Página 49 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La venta de la primogenitura
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clase de desunión está permitida aquí; no aceptará tampoco una obra
hecha a medias.
Para poder ofrecerle a Dios un servicio perfecto, usted debe tener
un concepto claro de sus requerimientos. Debería usar el alimento
más sencillo, preparado en la forma más simple, de manera que
no se debiliten los delicados nervios del cerebro, ni se entorpezcan
ni se paralicen, incapacitándolo para discernir las cosas sagradas,
considerar la expiación, la sangre purificadora de Cristo como algo
invalorable. “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a
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la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal
manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene;
ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros,
una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a
la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire,
sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que
habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”.
1 Corintios 9:24-27
.
Si los hombres, por una razón no más elevada que una coro-
na perecedera por recompensa de su ambición, se sometían a la
temperancia en todo sentido, con cuánta más razón deberían estar
dispuestos a practicar la abnegación los que profesan buscar, no
sólo una corona de gloria inmortal, sino una vida tan perdurable
como el trono de Jehová, riquezas eternas, honores inmarcesibles,
un eterno peso de gloria. Los incentivos presentados a los que corren
la carrera cristiana, ¿no los inducirán a practicar la abnegación y la
temperancia en todas las cosas, de manera que puedan mantener en
sujeción sus propensiones inferiores, someter su cuerpo, controlar
el apetito y las pasiones carnales? Entonces podrán participar de la
naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que se encuentra
en el mundo como consecuencia de la concupiscencia.
Si la recompensa prometida, sobremanera preciosa y gloriosa,
no nos induce a dar la bienvenida a mayores privaciones y a sopor-
tar una abnegación más grande que las que soportan alegremente
hombres mundanos que están procurando solamente una medalla
terrenal, un laurel perecedero que brinda el honor de unos pocos, y
el aborrecimiento de muchos más, somos indignos de la vida eterna.
En el fervor y en la intensidad de nuestro celo, en la perseverancia, el
valor, la energía, la abnegación y el sacrificio, deberíamos por lo me-