Página 500 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

Basic HTML Version

496
Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
así son mártires diarios. Están sacrificando la salud ante el capricho
de una mujer fantasiosa, quejosa, murmuradora. Están privados, en
gran medida, del aire que los fortalece y les da energía y vitalidad.
Los que no usan sus extremidades todos los días notarán que
se sienten débiles cuando traten de hacer ejercicio. Las venas y los
músculos no están en condiciones de cumplir su función y mantener
toda la maquinaria en saludable acción, cada órgano cumpliendo su
parte. Los miembros se fortalecen con el uso. Un ejercicio moderado
cada día impartirá fuerza a los músculos, que sin ejercicio se ponen
fláccidos y endebles. Por medio del ejercicio activo y diario al aire
libre, el hígado, los riñones, y los pulmones también se fortalecerán
para hacer su trabajo. Traed en vuestra ayuda el poder de la voluntad,
que resistirá el frío y dará energía al sistema nervioso. En poco
tiempo os daréis cuenta del beneficio del ejercicio y del aire puro y
no viviríais sin esas bendiciones. Vuestros pulmones, privados del
aire, serán como una persona hambrienta privada de alimento. Por
cierto, podemos vivir más tiempo sin alimento que sin aire, que es
[473]
el alimento que Dios ha provisto para los pulmones. Por lo tanto, no
lo consideréis un enemigo, sino una preciosa bendición de Dios.
Si los enfermos se permiten fomentar una imaginación enfermiza
no sólo derrocharán sus propias energías, sino también la vitalidad
de quien los cuida. Aconsejo a las hermanas enfermas que se han
acostrumbrado a llevar mucha ropa que la dejen gradualmente. Al-
gunas de vosotras vivís sólo para comer y respirar, y no cumplís el
propósito para el cual fuisteis creadas. Debierais tener un elevado
objetivo en la vida, tratar de ser útiles y eficientes para con vuestras
propias familias y llegar a ser miembros útiles de la sociedad. No
debierais hacer que la atención de la familia se centre en vosotras,
ni debierais depender mayormente de la compasión de los demás.
Haced vuestra parte en la obra de dar amor y consuelo a los desafor-
tunados, recordando que ellos tienen sus propias penas y pruebas.
Intentad aligerar sus cargas por medio de palabras de simpatía y
amor. Al ser una bendición para los demás, seréis una bendición
para vosotras mismas.
Los que, tanto como sea posible, se ocupan en hacer el bien de
los demás, dándoles una demostración práctica de su interés por
ellos están no sólo aliviando los males de la vida al ayudarlos a
llevar sus cargas, sino que al mismo tiempo contribuyen en buen