Página 508 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
necesita para su propio bienestar. La indolencia que manifiesta, y la
tendencia a aprovecharse de todo lo que pueda ser ventajoso para
usted, ha sido un oprobio para la verdad y una piedra de tropiezo
para los no creyentes.
Igual que usted, su esposa ama su comodidad. Han pasado el
tiempo en cama, cuando podían estar levantados mostrando acti-
vamente un interés especial en la familia que estaban recargando.
Pensaron que, por ser usted un ministro, ellos debieran considerar
que su presencia es un favor, y debieran servirlo y rendirle favores,
mientras que ustedes no tenían otra cosa que hacer que cuidar de
sus propios intereses egoístas. Han dado muy mala impresión. Los
consideraron a ambos representantes de los ministros y de sus espo-
sas que están ocupados en presentar al mundo el sábado y el pronto
regreso de nuestro Señor.
Los que conocen su condición dirán que su profesión, sus en-
señanzas, y su vida no están de acuerdo. Ven que sus frutos no son
buenos, y llegan a la decisión de que usted no cree en las cosas
que enseña a los demás. Llegan a la conclusión de que todos los
ministros son como usted, y que las verdades sagradas y eternas son,
después de todo, una mentira. ¿Quién será responsable de dar esa
impresión y de esos deplorables resultados? Ojalá pueda usted ver
el gran peso que cae sobre usted como consecuencia de su egoísmo,
que es una maldición para usted y para los que lo rodean.
Además, hermano A, a usted lo preocupan sentimientos e im-
presiones que son el fruto natural del egoísmo. Se imagina que los
demás no aprecian sus labores. Piensa que usted es capaz de realizar
una gran obra, pero se excusa de que su fracaso se debe a que los
demás no le dan el lugar y el valor que merece. Usted siente celos
de los demás y ha estorbado el avance de la causa en Illinois y en
Wisconsin, haciendo poco y poniendo obstáculos ante los que harían
el trabajo si usted no se interpusiera en su camino. Su sensibilidad y
celo han debilitado las manos de los que podrían poner las cosas en
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orden y levantar estas asociaciones. Si se ve algún progreso en esos
estados, usted se inclina a pensar que es atribuible en gran medida a
usted, cuando es un hecho que si se dejaran las cosas a su dictado,
rápidamente se vendrían abajo. En sus predicaciones es generalmen-
te demasiado seco y formal. No entreteje lo práctico con lo doctrinal.
Habla demasiado y cansa a la gente. En lugar de espaciarse sólo en