Página 534 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Sensibilidad equivocada
Estimada Hna. M,
SU caso me preocupa, y no puedo evitar poner por escrito mis
conclusiones de lo que he visto con respecto a usted. Estoy conven-
cida que está a la deriva en la bruma y las tinieblas. Usted no ve las
cosas en la luz correcta. Cierra sus ojos para no ver su propio caso,
excusándose así: “No hubiera hecho esto o aquello si no hubiese
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sido por ciertas influencias de personas que me llevaron a proceder
de ese modo”.
Usted continuamente culpa a las circunstancias, lo que es nada
menos que culpar a la providencia. Está continuamente buscando
a alguien o algo para tomar el lugar del chivo expiatorio, a quien
pueda culpar por haberla hecho sentir o hablar de un modo indigno
de un cristiano. En lugar de sencillamente censurarse por sus defec-
tos, usted censura a las circunstancias y la ocasión que la llevaron a
desarrollar los rasgos de su carácter que yacen dormidos o escon-
didos bajo la superficie, a menos que surja algo que los despierte y
los ponga en acción. Entonces aparecen con toda su deformidad y
fuerza.
Se engaña con la idea de que esos rasgos desagradables no
existen, hasta que se encuentra en situaciones que la hacen actuar
y hablar de un modo que los revela ante todos. No está dispuesta
a ver y confesar que es su naturaleza carnal la que todavía no ha
sido transformada y puesta en sujeción a Cristo. Todavía no se ha
crucificado a sí misma.
A veces pasa días y semanas sin manifestar el mal espíritu que
llamo impaciencia, y un espíritu dictatorial, un deseo de controlar
a su esposo. Su deseo de ejercer autoridad y de convencer a otros
de sus ideas casi la ha arruinado a usted y a él. A usted le gusta
hacer sugerencias y mandar a otros. Le gusta hacerles sentir y ver
que tiene la mejor luz, y es especialmente guiada por Dios. Si no lo
creen así, empieza a hacer conjeturas y siente celos e intranquilidad;
se siente insatisfecha y extremadamente triste.
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