Página 537 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Convocaciones
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Pero muchos a quienes Dios prospera manifiestan una vil ingratitud
hacia él. Si sus bendiciones se derraman sobre ellos, y él aumenta
sus riquezas, transforman esas dádivas en cuerdas que los atan al
amor por sus posesiones; permiten que los negocios mundanos se
posesionen de sus afectos y de su ser entero, y descuidan la devoción
y los privilegios religiosos. No pueden permitirse dejar la atención
de sus negocios y presentarse ante Dios ni siquiera una vez al año.
Transforman las bendiciones de Dios en una maldición. Sirven a sus
propios intereses temporales y descuidan los requisitos de Dios.
Hay hombres ricos que permanecen en casa año tras año, absor-
tos en sus preocupaciones e intereses mundanos, pensando que no
pueden hacer el pequeño sacrificio de asistir a las reuniones anuales
para adorar a Dios. El los ha bendecido con bienes materiales y
los ha rodeado de abundantes beneficios; sin embargo retienen las
pequeñas ofrendas que él requiere. Les gusta servirse a sí mismos.
Sus almas serán como el árido desierto, sin el rocío ni la lluvia del
cielo. El Señor les ha brindado la preciosa bendición de su gracia.
Los ha librado de la esclavitud del pecado y de la servidumbre del
error, y ha descubierto la gloriosa luz de la verdad presente ante
su entenebrecida comprensión. ¿Y estas evidencias del amor y la
misericordia de Dios no requieren gratitud? Los que profesan creer
que el fin de todas las cosas está cerca, ¿no lograrán ver su propio
interés espiritual? ¿Esperan que sus intereses eternos se cuiden por
sí mismos? La fortaleza espiritual no vendrá sin un esfuerzo de su
parte.
Muchos de los que profesan anhelar la venida de nuestro Señor,
son buscadores ansiosos que se preocupan por hallar ganancias
mundanales. No pueden discernir su interés eterno. Se esfuerzan
por lo que no satisface. Gastan su dinero en lo que no es pan. Se
esfuerzan por contentarse con los tesoros que han acumulado en
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la tierra, que han de perecer. Y descuidan la preparación para la
eternidad, que debiera ser la primera y única ocupación real en la
vida.
Que todos los que puedan asistan a estas reuniones anuales. To-
dos debieran sentir que Dios requiere esto de ellos. Si no se apropian
de los privilegios que él ha provisto para que puedan fortalecerse
en él y en el poder de su gracia, se volverán más y más débiles, y
tendrán cada vez menos deseos de consagrar todo a Dios. Venid,