Página 542 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
ayudarán a otros en su progreso en la vida cristiana. El culto de Dios
debe ser interesante e instructivo para los que aman las cosas divinas
y celestiales.
Jesús, el Maestro celestial, no se mantenía alejado de los hijos
de los hombres, sino que, a fin de beneficiarlos, vino del cielo a la
tierra, donde estaban, para que la pureza y la santidad de su vida
resplandeciesen sobre la senda de todos e iluminasen el camino del
cielo. El Redentor del mundo procuró hacer claras y sencillas sus
lecciones de instrucción, a fin de que todos las comprendiesen. Ge-
neralmente prefería dar sus discursos al aire libre. No había paredes
que pudiesen contener la multitud que le seguía; pero tenía razones
especiales por recurrir a los huertos y las playas a fin de dar allí sus
instrucciones. Podía contemplar el panorama y hacer uso de objetos
y escenas familiares para los de humilde condición, a fin de ilustrar
con ellas las verdades importantes que les hacía conocer. A estas
lecciones asociaba las obras de Dios en la naturaleza. Las aves que
gorjeaban sus cantos sin preocupación, las flores del valle que res-
plandecían de hermosura, el nenúfar que lucía su pureza en el seno
del lago, los altos árboles, la tierra cultivada, los ondeantes cereales,
el suelo árido, el árbol que no daba fruto, las colinas eternas, el bur-
bujeante arroyo, el sol poniente que teñía y doraba los cielos, todas
estas cosas las empleaba para grabar en la mente de sus oyentes la
verdad divina. Relacionaba las obras puestas por la mano de Dios
en los cielos y sobre la tierra con las palabras que deseaba grabar
en sus mentes, a fin de que mientras mirasen las obras admirables
de Dios en la naturaleza, sus lecciones se mantuviesen frescas en su
recuerdo.
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En todos sus esfuezos Cristo procuraba hacer interesantes sus
enseñanzas. Sabía que una muchedumbre cansada y hambrienta no
podía obtener beneficio espiritual, y no olvidaba sus necesidades
corporales. En cierta ocasión realizó un milagro para alimentar a
cinco mil personas que se habían reunido para escuchar las palabras
de vida que brotaban de sus labios. Jesús tenía en cuenta los alrede-
dores cuando daba su preciosa verdad a las multitudes. El panorama
era de tal naturaleza que atraía los ojos y despertaba admiración en
el pecho de los que amaban lo bello. Podía ensalzar la sabiduría de
Dios en las obras que había creado, y podía vincular estas lecciones
sagradas dirigiendo sus mentes de la naturaleza al Dios de ella.