Página 552 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
santos afectos del corazón para el que dejó la gloria del Padre y
descendió a morir por una raza de rebeldes. Dejó sus riquezas, su
majestad, y su alto mando y tomó sobre sí nuestra naturaleza, para
abrir una vía de escape; ¿para hacer qué? ¿para humillarnos? ¿para
degradarnos? Por cierto que no. Para abrirnos una vía de escape de la
desesperada miseria, y elevarnos finalmente a su mano derecha en su
reino. Por eso hizo el grande, el inmenso sacrificio. Y ¿quién puede
comprender este gran sacrificio? ¿Quién puede apreciarlo? Ninguno
sino los que comprenden el misterio de la piedad, los que han gustado
los poderes del mundo por venir, los que han bebido de la copa de
salvación que se nos ha ofrecido. El Señor nos ofrece esta copa de
salvación, mientras que con sus propios labios vació, en nuestro
lugar, la amarga copa que nuestros pecados habían preparado, y que
había sido servida para que la bebiéramos nosotros. No obstante,
hablamos como si Cristo, quien ha hecho tal sacrificio, y manifestado
tal amor por nosotros, quisiera privarnos de todo lo que deseamos.
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¿De qué bienes nos privaría? Nos privaría del privilegio de ren-
dirnos a las pasiones naturales del corazón carnal. No podemos
enojarnos cuando nos plazca, y a la vez mantener una conciencia
limpia y la aprobación de Dios. Pero ¿no estamos deseosos de aban-
donar esto? El entregarnos a las pasiones corruptas ¿nos hará en algo
más felices? Es porque no nos hace más felices que se nos imponen
esas restricciones. Enojarnos y cultivar un carácter perverso no nos
ayuda a estar gozosos. No nos traerá felicidad seguir las tendencias
del corazón natural. Y ¿seremos mejores al complacernos en ella?
No; ellas arrojarán una sombra sobre nuestro hogar y una mortaja
sobre nuestra felicidad. Ceder a los apetitos naturales perjudicará
nuestra salud y destruirá el organismo. Por lo tanto, Dios quiere que
restrinjamos el apetito, que controlemos las pasiones y tengamos en
sujeción a todo nuestro ser. Y él ha prometido darnos fuerza si nos
ocupamos de esta obra.
El pecado de Adán y Eva causó una tremenda separación entre
Dios y el hombre. Y Cristo se ubica entre el hombre caído y Dios,
y le dice al hombre: “Todavía puedes llegar al Padre; hay un plan
trazado por el cual Dios puede ser reconciliado con el hombre, y
el hombre con Dios; a través de un Mediador puedes acercarte a
Dios”. Y ahora está él para mediar por vosotros. El es el gran Sumo
Sacerdote que intercede por vosotros; y vosotros debéis venir y